La vida es cambio. Y el cambio renueva la vida. La reserva Pacayá-Samiria llegó a nuestro barco al atardecer, y la notamos primero en el agua, la que de pronto comenzó a “lavar” el río Marañón y a transformarlo en una oscura y brillante taza de té.
La boca del río (y de la Reserva) nos acogió gustosa con una explosión de vida: delfines danzando de espaldas, allá y acá. Sin detenerse un minuto, saliendo y entrando. Una cortina de aves acuáticas apostada como escoltas del río Samiria, dando la bienvenida a este grupo de chilenos. Más tarde comprenderíamos que disfrutaban de un festín de peces, que les brinda el río una vez al año. Una cena a la que llegamos nosotros de invitados, y que comenzamos a conocer en ese momento.
Y finalmente la gente! Tanta gente! Silenciosa, pequeña, alegre, gentil! Hábil en sus artes de pesca, navegación, e incluso juegos! Los Cocama son los nativos de la Reserva Pacayá-Samiria.
Ellos viven en la reserva y se mueven en ella como nosotros por nuestra ciudad. Pescando, riendo, cazando. Conocen los nombres de cada cosa, y distinguen los rincones del río como nosotros nuestro barrio. Aquí un buen sitio de cultivo, allá un lugar de caracoles. El próximo ruedo una buena oferta de frutas o peces.
Tal como para nuestras vidas, la conservación de esta zona es vital para la subsistencia de los Cocama. Tal como para nuestras vidas, la conservación es la base sobre la cual puede existir un futuro. Me vuelvo al Ayapúa-nuestro barco centenario- extasiada. Llena! Pero aún con espacio para más! Luego de que mañana comencemos con las exploraciones de fauna!
Dorita, la hermana mayor. Una dulzura e inspiración. Un dulce suspiro del Samiria. |
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