Olga Barbosa1 y Bárbara Saavedra2
SOMOS, gracias a que existe naturaleza.
Millones de seres vivos no humanos –la biodiversidad- entrelazados con
comunidades variopintas, conforman una red y producen todo lo que necesitamos
para nuestro bienestar y disfrute, desde el oxígeno y agua dulce, hasta
alimentos, medicinas, materias primas, fertilidad de suelos, control natural de
pestes y enfermedades, belleza escénica, entre muchos otros. Sea en formato de individuos
desdentados, comunidades indígenas, grandes empresarios, compañías, estados,
economías locales o globales- los humanos no podemos SER ni menos prosperar a
espaldas de naturaleza.
Aquellas científicas
y científicos que damos vida a las ciencias de la ecología y la conservación,
confirmamos que cualquier
visión hegemónica que nos pretenda obligar a elegir entre crecimiento/desarrollo
versus el bienestar de la NATURALEZA es espurio, inútil, y finalmente estúpido,
por cuanto termina por enfrentarnos a nosotros mismos. Porque la aparente contradicción entre producción
y conservación nos ha dejado como sociedad en un buscar eterno de
NO-SOLUCIONES, en vez de forzarnos a encontrar formas innovadoras de
resolverlo.
Por el contrario, reconocemos que
cualquier diseño de desarrollo -sea público, privado, comunitario, local o
global- requiere poner en su ecuación la protección, promoción y recuperación
de nuestra biodiversidad. No al final de un constructo parafernálico bella y
ciegamente diseñado por ingenieros o abogados, sino desde el principio. Un
diseño apropiado precisa concebir proyectos asumiendo que serán desarrollados
en contextos socio-ecológicos específicos. Comunidades y ecosistemas de carne y
hueso, en los que deberán insertarse sin hacerlos polvo. Es desde esa
concepción inicial dónde hoy se juega gran parte del destino de cada inversión por
separado… y del bienestar de todos juntos como nación.
Cada
vez que degradamos nuestro medio ambiente, se degrada nuestra sociedad, junto a
nuestro patrimonio, nuestra identidad. Cada proyecto de infraestructura que se monta sobre un humedal
costero, cada fiordo contaminado con antibióticos, cada río corrompido con
residuos de celulosa o pesticidas, trae consigo –tarde o temprano- el infame
germen de la miseria. Siendo a la vez una bomba de tiempo social que estallará
en las narices de ministros, gerentes, y más. Sin importar su color político.
Sin importar el tamaño de su billetera.
Nuestros líderes han declarado
esto una y otra vez. Pero la crisis de confianza que corroe nuestra sociedad,
clama por avanzar desde declaratorias a los hechos. Y en materia de medio ambiente, la mayor deuda que tiene Chile es
entregar voz a esa naturaleza. Es conferir un mandato claro y herramientas
específicas a nuestro país, permitiéndole trabajar en la gestión de la
conservación de su patrimonio natural, aquel que sostiene y puede dar bienestar
a todos los chilenos. Esa herramienta se llama el Servicio de Biodiversidad y
Áreas Protegidas (SBAP), el que desde el año 2011 espera su metamorfosis desde
proyecto de Ley a la realidad, mientras descansa en el capullo del Congreso
Nacional.
Porque es esencial dotar a nuestra
nación con un SBAP que pueda gestionar de manera moderna y con base científica,
la conservación de nuestra naturaleza –aún invisible a los ojos de muchos- con
coherencia y robustez, evitando la duplicación de funciones y sobre todo vacíos
de gestión en un conjunto de servicios, leyes y reglamentos que hoy están
dispersos en ministerios como Agricultura o Economía, con una vocación
claramente productiva. Un proyecto que permita completar el andamiaje
ambiental, sobre el que cual sostener y dar seguridad al desarrollo de todo
Chile, incluyendo sus industrias y sus comunidades.
Existen decenas de ejemplos
silenciosos no sólo en comunidades, sino en sectores productivos, los que sin
esta Ley avanzan a contrapelo intentando mejorar sus estándares de producción a
la par incluso con conservación de biodiversidad. Ejemplos como el de la
industria del vino y el turismo, también otros en minería, en forestal, la
pesca artesanal e industrial, sumado a prácticas comunitarias que acumulan
conocimiento para la gestión sustentable de sus territorios, conforman un campo
de cultivo fértil que requiere ser regado y alimentado con las herramientas del
SBAP. Sólo así podrán crecer y transformarse de experiencias marginales, en
motores de cambio de la economía nacional.
La Ley SBAP era efectivamente uno de los dos compromisos
ambientales del actual Gobierno, el que, a meses de cerrar su gestión, aún
tiene la oportunidad de ver la luz, en la medida que otorgue urgencia a este
proyecto de Ley. Esperando que nuestros líderes políticos puedan dar carne a
sus discursos medioambientales haciendo de esta Ley una realidad. Respondiendo
con altura al clamor ciudadano y a la silenciosa súplica de natura.
Hoy tenemos otra vez una oportunidad
para que Chile levante cabeza en materia medioambiental. De mirar más allá de
los caídos de hoy, y con visión de largo plazo, comenzar una profunda transformación
de nuestra tullida institucionalidad ambiental, en un ser íntegro e integral,
que pueda efectivamente aportar a la conservar de nuestro patrimonio natural y
promover su uso sustentable en beneficio de todos los chilenos y chilenas.
*Publicado en The Clinic 7/9/2017
1Universidad Austral, IEB, Presidenta de la Sociedad de Ecología de Chile
2 Directora Wildlife Conservation Society-Chile, Directora Sociedad de Ecología de Chile
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