jueves, 11 de mayo de 2017

La Obra de la vida: capítulo Cordillera Ñuble*

Quizá el mayor descubrimiento que espera ser revelado por nuestra humanidad es el hecho que somos naturaleza. Conformamos una millonésima parte de la vida que ha poblado este asombroso planeta, y que hoy se manifiesta en una variedad infinita de formas y lugares. Todas vidas diferentes, todas vidas similares. Cada una el resultado de una historia evolutiva compleja e irrepetible. Un acto único, en un escenario singular, que a pesar de carecer de público, recibe los vítores de aquellos que nos maravillamos con la belleza de la vida.

Y nosotros los humanos somos una parte de esta obra, la que podemos representar únicamente porque disponemos de un escenario vivo, que nos sostiene, alimenta y nos llena de regocijo. Y con cada especie que compartimos este escenario, tal como en una representación teatral, damos pie a las conexiones que nos permiten relatar y finalmente ser. Son justamente esas relaciones las que nos dan la identidad, las que nos insuflan vitalidad, las que nos permiten renovar y seguir adelante.

Kora y Asenat nos entregan la maravillosa oportunidad de ir tras las bambalinas de esta representación. En el espectacular escenario cordillerano de Ñuble, nos presentan a los actores humanos y vegetales que han venido danzando hace centenas de años los escarpados paisajes de Los Andes. Cada uno en sí mismo un tesoro, lamentablemente amenazado en su persistencia futura.

El rescate y propagación de este conocimiento es el aporte más relevante de este trabajo, pues abre la oportunidad a nuevos actores, de conocer esta obra, y activamente participar para que su representación no se trunque.  Es esta naturaleza mixta, humana-vegetal, el patrimonio intangible y a la vez patente, que define más claramente nuestra identidad y cultura. No es raro por lo mismo, que este trabajo haya sido financiado con fondos de arte y no de ciencias, hecho que celebro con ganas.

El trabajo de Kora y Asenat nos invita a participar. A involucrarnos desde el conocimiento andino a la práctica del ser humano en estas latitudes. Invita a mujeres y hombres a ascender los caminos de nuestra montaña, conocer sus plantas y sus espacios, aventurándonos en periplos singulares y valiosos. A contribuir a este conjunto de vida tan diversa como discreta, tan útil como sensible, y aportar así a su recuperación y persistencia en el tiempo.

Gracias al trabajo de don José Aguilera, quien como Leonidas, Donatila, Domingo o Eufemia, recorrió su vida una cordillera similar a esta, yo misma pude participar hace años de esta danza en el techo andino de Salamanca. En sendos viajes, transité los parajes del altísimo, mirada fija en el cielo, contando aves, guanacos, y más. Y en cada atardecer, el choquero calientito y salvador,  aglutinaba historias, recuerdos, visiones, deseos y sobre todo conocimiento y amor por estos parajes. Con su partida, el testimonio de don José ha partido también.

¡Cómo necesitamos más Kora y Asenat para reunir y promover todas estas historias! Para dar oportunidad a la vida de continuar su ruta. Nuestras rutas andinas. Que su visión y empuje nos sirvan de ejemplo y estímulo para que salgamos de nuestras vidas y miremos las vidas de otros. No solo las humanas, sino la de todas aquellas especies con las que compartirnos este único escenario de la vida, y de las que dependemos para ser hoy y alcanzar un mañana.

*Prólogo que presenta el libro "Flora Cordillerana del Ñuble y sus usos tradicionales", de Kora Menegoz & Asenat Zapata, 2017

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