Uaxactún fue el centro
científico-religioso más importante del Mundo Maya. Allí, en la región del
Petén, el bosque más importante de Mesoamérica, se alzaba el observatorio mayor de la cultura
maya preclásica y clásica. Era el obligado punto de reunión de
los astrónomos de todo el extenso imperio maya quienes llegaban desde diversos
rincones para desarrollar ahí sus investigaciones.
Como en el antiguo Egipto
o en Babilonia la Grande, sirviéndose de la ocurrencia de eclipses, períodos de
sequías, plagas, y otras manifestaciones de la naturaleza, la ciencia
astronómica maya constituía uno de los pilares principales sobre los que se alzaba
el poder político-religioso
dominante. Destinado, sobre todo, a servir de instrumento
político-administrativo para el pago de tributos, la realización de
sacrificios, y las muchas otras prácticas de gobierno, administración y culto.
Tal “Poder”, que provenía de este “Saber científico”, era el fundamento de un
sistema político-social omnisciente, hegemónico, inicuo, vertical, y a la vez
extremadamente productivo, capaz de mantener y abastecer a una población
numerosa.
Este mismo “Poder” y ese
“Saber científico” se demostraron ineptos para descifrar la miríada de
señales ambientales (pérdida de bosques, de suelo, sequías), sociales (pérdida
de control de élites), y otras (enfermedades) que lanzaba una realidad
cambiante. Fueron por ende incapaces
de reaccionar oportunamente.
Como sabemos, este proceso de desconocer esa realidad culminó con el colapso definitivo de aquella civilización.
Varios siglos después, en
otro espacio socio-ecológico, en una sociedad transformada y transformándose de
modo incesante, el rol de las
ciencias se muestra todavía relevante. Pero aunque su relación con el poder
no ha desaparecido en absoluto, ella se ha hecho más difusa. Al mismo tiempo,
aumentan las exigencias que les plantea la comunidad por un mayor aporte a un
bienestar social y ambiental general.
Tal como aconteció con
aquella deficiente lectura de la realidad que concluyó con el ocaso de la
civilización Maya, percibimos también hoy día en Chile y el mundo una miríada
de señales de todo tipo –ecológicas, sociales, culturales, económicas-
que nos indican que nuestra visión
y nuestra acción política-científico-social presenta graves problemas, a la
vez que la percepción y entendimiento de dichos problemas han sido
hegemonizadas hasta la obnubilación por el binomio economía-productividad.
En el CNID (y otros muchos
espacios similares) se hace carne la sospecha por la urgencia de modificar y
ampliar nuestra mirada, para intentar abordar de manera más efectiva los
problemas que subyacen a estas señales. Nuestra presunción es que estos problemas y sus consecuencias
sobrepasan en mucho los límites del cotidiano quehacer del mundo político y
científico, tal como cada uno de ellos se entiende a sí mismo.
¿De qué señales hablamos?
Desde mi formación
ecológica y mi experiencia en conservación de biodiversidad hay algunas que me
son evidentes y archiconocidas. Y no tengo dudas que desde la óptica de otras
formaciones y otras experiencias profesionales muy diferentes a las mías, esta lista de señales se agranda y
se despliega como un abanico
de proporciones inabarcables. Agreguemos aquí que ninguna de estas perspectivas
es independiente de la otra.
Desde una faceta
ecológica, observamos la degradación
constante de ecosistemas/especies/poblaciones. Lo que en la práctica significa la
pérdida de los servicios ecológicos asociados y producidos –aunque escasamente
reconocidos- por esta base o capital natural.
Algunas pocas
constataciones estadísticas, sólo para destacar la invisible conexión entre
degradación natural y bienestar humano:
- En la zona central
de Chile, donde vive el 80% de su población, en 30 años se ha perdido casi el 45% de la cobertura
de nuestro bosque mediterráneo. Esta
pérdida de bosque nativo, se prolonga de manera metastásica en la interrupción
de funciones ecológicas y de servicios como producción de agua, suelo, medicinas, identidad y
valoración cultural.
- Como producto de
malas prácticas ganaderas y agrícolas, y más, tanto históricas como presentes,
se ha producido una pérdida de
casi el 50% del suelo fértil en Chile. Esto ha tenido un impacto directo en
la productividad agrícola y en un aumento sistemático de las trampas de pobreza.
- Debido a la
sobreexplotación o al mal diseño y manejo pesquero y de las políticas públicas
que deberían regularlo, y más, constatamos el agotamiento
del 75% de las pesquerías chilenas, el servicio ecosistémico marino de
mayor valor para gran parte de nuestra sociedad. Las consecuencias sociales y
económicas de esta degradación natural son de una envergadura innegable, y
estallan con mayor poder que minas navales a lo largo de nuestra costa.
(¿Recuerda alguien del sabor del jurel fresco?)
Desde una perspectiva
social, constatamos con frecuencia creciente las fuertes señales de desagrado y descontento de
poblaciones y comunidades a
lo largo de todo el país. Expresadas estas en levantamientos y/o
enfrentamientos asociados a megaproyectos “de crecimiento económico”, sean
ellos mineros o de energía, u otros, a lo largo de todo Chile. Se suman de modo
cuasi exponencial las protestas de grupos laborales como pescadores,
comunidades costeras como la de Aysén, Chiloé, Punta Arenas. También las
acciones de resistencia pasiva y activa de etnias como la mapuche, pehuenche,
hoy ampliamente movilizadas por demandas ancladas en una historia que se hace presente
con una fuerza acumulada por siglos.
Desde la perspectiva
económica, las industrias nacionales tradicionalmente más relevantes: minería,
pesca, forestal, acuicultura, agricultura y ganadería, presentan, desde Arica a
Magallanes, dificultades ingentes y crecientes para implementarse –con activa y
efectiva oposición social- como son los casos de proyectos mineros-energéticos
principalmente. O tienen iguales dificultades para sostenerse en el tiempo
–como es el caso de la pesca, acuicultura, ganadería- producto del ninguneo y degradación de la base natural que las sostiene, la que escasamente es incorporado en el
diseño de negocios de estas industrias.
Todas estas perspectivas,
los conflictos descritos y a la vista de todos, y ciertamente sus potenciales
soluciones, todas ellas están conectadas entre sí. Esto es así por cuanto
los sistemas ecológicos y humanos constituyen un único sistema socio-ecológico:
complejo, indivisible, cambiante-histórico, diverso.
Un sistema complejo
enraizado en los territorios
Es en este sistema único e
intransferible donde el
componente humano (y toda
actividad humana asociada económica, cultural, social, innovación, ciencias,
entre otras) se despliega por
entre sus componentes naturales. Al
hacerlo, al mismo tiempo los tensiona y los impacta, con las consecuencias y
efectos ya descritos. Tal como ocurrió con los mayas y casi todas las culturas
que conocemos.
Este sistema
socio-ecológico complejo, está enviando señales que evidencian la fractura de cualquier relato
hegemónico que se quiera
hacer respecto de él desde hace tiempo. Las realidades con todas sus
diversidades a cuestas, desbordan las intenciones y esfuerzos de orden, de
seguridad. Desarticulan las certezas e inundan los espacios donde se
enclaustra la toma de decisiones.
¿Quién está allí para
recibir e interpretar estas señales y actuar en consecuencia? Ciertamente
aquello que se llama “el poder político”. Pero hace mucho que este es incapaz
de actuar en solitario, mucho menos cuando es generado y se sostiene en
procesos de intención democrática. Cualquier “poder político” de este
tipo, ejercido con mediana inteligencia, es consciente
que requiere del apoyo de otras fuerzas, más allá de las propias.
¿Quiénes pueden ayudar a
entender, diseñar y catalizar soluciones? Con seguridad son muchos, y entre
ellos se encuentran las ciencias. A diferencia de aquella Mesoamérica que se
mencionaba al comienzo, la percepción de este mundo actual hace imprescindible
un acercamiento de las
ciencias a un espacio más social y
de común más silencioso. Se requiere, asimismo, abrir la mirada al espacio
natural, que no tiene voz, pero que habla a gritos a través de desastres
naturales, de comunidades abusadas y de investigaciones científicas que desde
su esquina, evidencian estos procesos.
Los sistemas
socio-ecológicos existen efectivamente en territorios concretos. Ellos toman la
forma de ensambles humanos variados, distribuidos en ecosistemas diversos. Sus
relaciones son socio-ecológicas, singulares, históricas, irreproducibles.
Y por su naturaleza misma, su representación tiene lugar en diferentes escalas:
local, regional, global. En cada una de estas se establecen relaciones de
dependencia e impacto. Tales relaciones están definidas (aunque varían)
por las personas que interactúan con ellas y en ellas. Con todo lo que esto
implica: sesgos y prácticas culturales, sociales, religiosas, etc. Son estas personas, con su forma de tomar
e implementar decisiones, las que constituyen el desafío de más alto riesgo de la
sustentabilidad. Esto incluye
ciertamente a los científicos.
El conocimiento que deriva
de la mirada profunda de tales territorios socio-ecológicos, ofrece la
posibilidad cierta -y también incierta- de capturar y entender la complejidad real de tales territorialidades, de
identificar sus relaciones, develar sus complejas interconexiones. Es en los
territorios donde se experimenta en primera persona el sinnúmero de fricciones
y dificultades que entorpecen la puesta en marcha de las mejores ideas para las
transformaciones sustentables que pueden derivar de las ciencias, o de
proposiciones e innovaciones que vienen del resto de la sociedad, y todo lo
concerniente a ellas. Por esto, sólo una acabada inspección socio-ecológica
territorial puede abrir caminos para evitar estas fricciones y
dificultades.
Si tomamos en cuenta que uno de los principales nutrientes del pensamiento científico es la recolección de evidencias, no cabe duda que la ampliación de la mirada hacia tales territorios, expande el mejor reconocimiento de fenómenos y las fronteras mismas de la ciencia. Este espacio territorial social-ecológico- desmenuzado con el instrumental de las ciencias, es el escenario donde tiene lugar el encuentro de los actores de cambio -incluyendo a los investigadores y sus investigaciones. Es decir, se logra un sustrato fértil para que florezca una innovación responsable.
Es en dicho escenario
donde el mundo de las ciencias,
codo a codo con los otros
mundos del quehacer humano ha de participar en la compleja ecuación del desarrollo.
La habilidad de las ciencias de desafiar las certezas, puede entregarnos una
poderosa herramienta para la transformación cultural que hoy el CNID está
discutiendo. Una que nuestro país fisurado necesita cada vez con mayor
urgencia. Además, se abre así la posibilidad de encontrar aliados en la
demanda de una mayor inclusión científica en Chile, en los difíciles y
embrollados temas de justicia, equidad, cuidado del medio ambiente. Todos estos
son temas que ya están activos e instalados en nuestra sociedad, y que
erupcionan a borbotones en cualquier espacio de interés público y de opinión
honesta.
Desde la empiria fueguina
Trabajando al sur de
nuestro sur, observo a Chile desde aquel territorio
marginal, desamparado no sólo geográfica, sino también científica,
económica y culturalmente. Constato que estas observaciones, que son hechas
desde una esquina de nuestra sociedad, son una mirada muy alejada del poder.
Mi experiencia en
Magallanes gira en torno a la gestión
teórico-práctica de las
complejidades socio-ecológicas, por medio de un abordaje sistemático, con el
objetivo de revertir pérdida
de biodiversidad, y para que este impacto se traduzca en bienestar humano y
sustentabilidad consecuente. Es así como yo entiendo el desarrollo del que
tanto hablamos. Este es justamente el mandato de las ciencias de la
conservación, joven disciplina científica, orientada a una misión y
orientadora, que ha nacido como producto de la crisis ambiental y pérdida de
biodiversidad que sufre el mundo de manera ubicua y avasallante.
Pero la verdad es que tal
como ocurre con otras ciencias, la
biodiversidad y su conservación no le interesan a (casi) nadie. Sin embargo es menester agregar aquí,
que aun con recursos mucho más limitados que los asignados a otras ciencias;
sin un entendimiento y/o interés verdadero por gran parte de la sociedad; sin
conexiones políticas-sociales; en un contexto político-social-cultural de
hostilidad hegemónica; es desde esta marginalidad que hemos sido capaces de
iniciar procesos, modificar trayectorias, convocar voluntades, canalizar y
optimizar posibilidades materiales, hacia la consecución de objetivos de
conservación.
Mi desafío por la conservación, tiene mucho en
común con el desafío que tenemos hoy entre manos en CNID, que es promover el
conocimiento y valoración de las ciencias y la innovación, como herramientas
para el desarrollo de un país al que por tradición poco le han importado ni la
una ni la otra.
Las preguntas que plantean
ambos desafíos son idénticas.
¿Cómo hacer visible a todos el valor de la conservación (y
de las ciencias)?
¿Cómo lograr que estos
temas adquieran la relevancia que se merecen en el tratamiento de
otros asuntos?
¿Cómo lograr que se los
conozca y se los difunda?
¿Cómo lograr que estos
temas entren en las agendas de las instituciones y actores
públicos y privados?
¿Cómo lograr que se
pregunten lo que ellos pueden hacer al respecto?
¿Cómo abrir procesos que
permitan buscar y encontrar respuestas adecuadas a estas preguntas?
Desde la realidad de
Magallanes y Tierra del Fuego traigo ejemplos concretos de estos procesos, que
podrían ayudar a alumbrar este camino:
La instalación nuestro
programa de conservación privado en Tierra
del Fuego, el Parque
Karukinka, establecido con la
idea que pudiese servir como instrumento de promoción y valoración de
patrimonio natural como base del diseño de desarrollo de esta parte del mundo.
Nuestra propuesta se instaló en un área económicamente deprimida in extremis; un lugar con
muchas y muy malas historias de frustradas explotaciones; una región degradada ecológica y
socialmente que experimentó
uno de los genocidios menos reconocidos y más brutales del mundo, el del pueblo
Selk’nam. En una comunidad frustrada y por lo mismo ávida de proyectos de
inversión, en la que al comienzo existía ignorancia respecto de nuestro
quehacer y, por lo tanto un gran rechazo a nuestro proyecto de conservación. En
el mejor de los casos, nos veían como una termoeléctrica verde.
Hoy, luego de más de 10
años y todavía con un proyecto en construcción, somos el mayor referente de conservación de
biodiversidad que existe en
la zona. Hemos logrado un reconocimiento esencial por parte de autoridades,
vecinos, actores privados, locales y globales. Y hemos logrado insertar nuestra
reflexión y experiencia en conservación (que nos son comunes a todos) en
espacios de discusión locales, nacionales e incluso binacionales. Incluyendo el
CNID.
Pensemos, por ejemplo, en
la restauración de los bosques
templados, los más grandes que existen en el mundo a esta latitud, que por
décadas han sido y son afectados por la invasión
de castores, con la consecuente destrucción de millones hectáreas de
bosques de protección de ríos y cuencas en todo el archipiélago fueguino. Este
mega-problema tradicionalmente había sido abordado desde el enfoque sectorial,
descoordinado, basado en supuestos errados, con escasa aplicación científica
para el estudio y diseño de soluciones. Quizá el mayor problema que afecta
estos bosques desde el retiro de los hielos glaciares, fue desde su inicio, desconocido
e ignorado en Santiago, el centro del poder en Chile.
En un proceso integrado y sistemático hemos logrado transformar este tema de conservación en una prioridad nacional y binacional. Esto está plasmado en un Acuerdo Político, único en su tipo, en que Chile-Argentina se comprometen a trabajar en la eliminación de esta plaga. Con este objeto se ha conseguido canalizar inversiones nacionales y globales por varios millones, tanto en Chile como Argentina. Y lo que es mejor se ha logrado iniciar un Programa, que es un gran experimento, para poner a prueba algunas hipótesis de control de esta plaga con el objetivo de generar capacidades diversas necesarias para avanzar en implementar acciones efectivas de control de esta y otras especies dañinas para estos ecosistemas australes.
Otro enorme desafío es la
conservación de los ecosistemas
de las turberas, amenazados
por la minería no sustentable y el cambio climático global. Son estos, los
agentes vegetales más efectivos y desconocidos de almacenamiento y captura de
carbono en el mundo. Su distribución en Chile es netamente Patagónica, y aunque
tiene una relevancia no sólo local sino global, han permanecido desconocidos e
ignorados en el centro estratégico nacional que es Santiago.
Con nuestro trabajo integrado, logramos acercar la toma de decisiones a las turberas, involucrarlos en la discusión local, canalizar investigaciones, instalar procesos de educación y lo más relevante lograr el apoyo político de parte del Ministerio de Minería que nos ha permitido reconocer y proteger miles de hectáreas de valiosas turberas en Tierra del Fuego. Con este apoyo hemos iniciado un viaje por un camino aún no recorrido, en el que minería, medio ambiente, nosotros y más, esperamos idear e implementar acciones conjuntas para impulsar investigaciones pertinentes, conectadas con el manejo racional y uso sustentable de las turberas de Patagonia. Esta es una alianza tan innovadora como desafiante de las prácticas productivas y de sustentabilidad tradicionales. No solo en nuestro país, sino en el mundo.
Está también la promoción
de la conservación y el uso sustentable de la costa
de Patagonia, área que nos conecta directamente con Argentina. Es
probablemente la costa más grande del mundo, y es sostenedora (a la vez que
amenazada por ellas) de industrias de gran valor económico como la acuicultura,
el turismo, la pesca industrial y artesanal. Desde nuestro trabajo por más de
cuatro décadas en Argentina, en alianza
con la sociedad civil y academia, hemos promovido la generación de
información científica y su conexión
con la toma de decisiones de
la gestión de la costa patagónica.
En la práctica esto se ha traducido, entre otras cosas, en el diseño y monitoreo de mejores artes pesqueras, así como el diseño y declaración de áreas protegidas en estas gélidas costas. Gracias a esta visión y trabajo, hoy nuestro vecino país ha dado un vuelco al mar estableciendo bajo el liderazgo del Ministerio de Ciencias, el Proyecto Pampa Azul. Que es una propuesta estratégica, basada en ciencias, para usar racional y sustentablemente su porción del Mar Patagónico.
En Chile, aunque todavía en un proceso en construcción, con nuestras investigaciones pertinentes y nuestro demostrado compromiso con la sustentabilidad local, hemos logrado impactar el proceso de Zonificación de borde costero que realizara la Región de Magallanes hace poco más de un lustro, donde fue decisiva la decisión de excluir la salmonicultura de la Provincia de Tierra del Fuego.
Desde nuestra experiencia,
adquirida en este frío Uaxactún, reconocemos una clave para sumar al fortalecimiento
de las ciencias en Chile: esta es, la verdadera inclusión de las ciencias en nuestra
sociedad, y la inclusión de nuestra sociedad en las ciencias de Chile. Este
camino de encuentro se fortalece en la medida que los procesos y desafíos que
enfrenta nuestro país -tanto productivos, sociales, culturales, y más- a lo
largo y ancho de todo nuestro territorio y maritorio, todo inserto en un
contexto global cada vez más conectado e impredecible, puedan abrirse e integrar personas del mundo de las
ciencias, con personas provenientes de los otros mundos nacionales. Estos
procesos se fortalecen y catalizan en la medida que sean abiertos,
participativos, diversos, y puedan estar estratégicamente dirigidos por personas o
instituciones que promuevan esta visión. Estos
procesos se enraízan en el quehacer cultural, en la medida que puedan desplegarse en los territorios,
que con una mirada de largo plazo puedan hacerse cargo de la diversidad
contenida en ellos.
En este ejercicio, propio
de la construcción de
sustentabilidad, el desafío
compartido es la identificación y búsqueda soluciones de problemas concretos
que afecten la vida de las personas que vivimos en esta sociedad y que
habitamos territorios específicos. Donde cada uno de los participantes, aporte
en la identificación y construcción de dichas soluciones. Incluida las ciencias
y los científicos, ya no
como entes iluminados y aislados, aliados o cómplices del poder ciego, sino
como socios en la construcción
de realidades más amables.
La verdad es que la
sociedad contribuye de muchas formas a las ciencias, y no sólo involucra a
científicos: proveyendo fondos, las compañías desde sus instrumentos privados,
comunidades locales desde su apoyo a científicos y sus instituciones. En el
mundo actual, donde la ciudadanía se alimenta de información y por lo mismo
tiene acceso a reflexiones más complejas, ciertamente surge la pregunta ¿qué hace la ciencia por ellos? Y ese desafío debe incluirse como un
articulador, aunque no como una sentencia, en el diseño del desarrollo de las
ciencias en Chile.
Pensando en Uaxactún, y en
el rol que jugó en la autodestrucción de toda una cultura me hago eco del
llamado que realizara la Dra. Jane Lubchenco, destacada ecóloga marina
norteamericana, quien dirigiera por años el NOAA – agencia científica del
Departamento de Comercio de los Estados Unidos Agencia Administración Nacional
Oceánica y Atmosférica- y Asesora Científica del presidente Obama, quien hace
algunos años invitó a establecer un nuevo
contrato social con la Ciencia, el que permita que científicos pudiesen
destinar energía y talento a los problemas más relevantes del día aportando
directamente a la construcción de una sociedad socialmente justa,
económicamente factible, y sustentada en una biosfera de calidad.
Desde
nuestra marginal y profunda visión y trabajo de conservación estamos
comprometidos con la construcción de este nuevo contrato.
1 comentario:
Creo que ya estamos en el colapso post-Maya, no se reconoce ningun poder político capaz de articular a la sociedad (niguno) y estamos en la hora de los individuos y de pequeñas organizaciones, ojalá aprendamos a organizarmos para hacer cosas en vez de protestar y quemar neumaticos
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