Nuestro mundo ha seguido a ojos
cerrados aquella idea que la competencia es el motor más importante de cambio,
bienestar, desarrollo y más. Desde la teoría evolutiva darwiniana, pasando por
el libre mercado, hasta políticas de recuperación económica, todas se sostienen
en el supuesto que mientras más y mejor compitamos, “más mejor” seremos.
A lo largo de nuestra
historia, a medida que hemos ido corriendo el velo de los paradigmas,
hemos ido constatando que este supuesto está lejos de ser cierto. Y que las
consecuencias de aplicarlo a todo quehacer humano han sido nefastas. No sólo
para los humanos, sino para la miríada de otras especies con las que
compartimos este planeta. Muy por el contrario, la evidencia nos viene hace
tiempo mostrando que la colaboración parece ser por lejos el mayor generador de
bienestar. El más grande motor de avances y progresos de la vida a lo
largo de nuestra historia.
La existencia de seres
complejos como los humanos por ejemplo, no podría ocurrir si no existiese colaboración entre
células/órganos de nuestro cuerpo. Se ha propuesto que la colaboración en su
grado máximo: la simbiosis -donde un organismo no puede existir en ausencia del
otro- explicaría que las células hubiesen podido complejizarse y realizar
fotosíntesis o respiración. Ambos procesos clave para la vida tal como la
conocemos. Y lo que es más relevante, que en condiciones de máxima precariedad,
estas noveles relaciones de cooperación permitieron no sólo sostener la vida,
sino catalizar el mayor despliegue de diversidad biológica conocido hasta hoy en el universo.
Sumidos como estamos en esta
crisis, donde los problemas estallan en todos los ámbitos de nuestra cultura:
educación, economía, soberanía, degradación ecosistemas...una precariedad brutal y ubicua…la pregunta que surge en cada foro que participo es: cómo resolvemos
esta crisis?
Desde mi experiencia en conservación
de biodiversidad reconozco algunas claves (todas obvias por cierto), que
incluyen: asumir la complejidad, reconocer la incertidumbre, diseñar/implementar
procesos que permitan aprendizajes compartidos y mejoras sucesivas, impulsar
estos procesos a escala local –con los actores relevantes de manera
transparente- y conectarlos con fenómenos de orden global…y por sobre todo…entrar
en estos procesos de manera colaborativa.
Estas declaraciones son
fáciles de hacer desde un think tank o casa de estudios, pero “otra cosa es con
guitarra”… cuando tenemos que hacer carne estas ideas en la realidad,
involucrando a instituciones variadas, compuestas con personas variopintas,
cada una (institución/persona) con sus propios objetivos y métodos, historias,
capacidades, etc… la marcha se pone complicada…y lo que ocurre muchas veces, es
que a pesar de las buenas intenciones…los excelentes y declarados principios…las
cosas no funcionan y no obtenemos los resultados esperados. Esto generando frustración y profundizando la desconfianza propia y colectiva de poder
salvar un nuevo o similar desafío.
La conservación que realizo
se basa en promover el conocimiento, valoración y cuidado de la biodiversidad,
en el entendido que ella es la proveedora más importante y directa de bienestar
humano (piensen un minuto en lo que comen, lo que respiran, lo que beben, donde
se cobijan, los remedios que los sanan…todo eso y más viene de natura. Y ya). Tarea
compleja, por decir lo menos, en un país (y mundo), donde creemos que las
plantaciones son bosques, donde pensamos que los conejos son animalitos del
campo de Chile, donde pensamos que la naturaleza es algo que está por allá lejos, en Patagonia, y sobre todo porque creemos que las actividades económicas son
cosas que viven y florecen en un espacio vacío, desprovisto (y no dependiente)
de especies (diferentes de la humana) o ecosistemas. Mi tarea de conservación se basa
y requiere colaboración. Y estoy convencida que el mayor cambio cultural que
debemos enfrentar para poder resolver la crisis de nuestra biodiversidad, pasa
por promover y contagiar la colaboración dentro de nuestro país, y fuera de él.
Y lo que he constatado en este
camino de probar-fallar-volver a intentar que en cada Institución -pública,
privada, local, global- existen personas que miran el mundo de manera
colaborativa. Y otras que no. Existe en todo lugar seres que reconocen la
necesidad de sumar esfuerzos y de invertir su trabajo en la generación de bien
común. Y otros que no. En cada espacio humano hay individuos que intentan
construir en base a conocimiento, a la vez que hay otros que imponen sus planos
arquetípicos a como dé lugar. Existen los sujetos que trabajan para la foto y
el informe de cumplimiento, al mismo tiempo que otros lo hacen para lograr
impactar positivamente la porción de realidad que les compete o interesa.
Si queremos tener la opción
de transformar nuestro mundo, y cambiarlo por alguno mejor, sólo nos queda promover
y dejar florecer la cooperación. En todas sus formas. Que aflore y brote por cada
rendija nacional. Es relativamente sencillo reconocer los "mutantes colaborativos". Es el
punto de partida. Es importante luego resguardar y promover su existencia. Construir con ellos los proyectos que necesitan ser construidos. Cada uno un reguero
de sinergia. Cada uno un agente de contagio. Inoculadores de mutualismos,
reciprocidad, entrega y más. Nodos humanos de redes transformadoras. Impactando
comunidades y catalizando la transmisión de este extraño y necesario virus de
la cooperación. Impulsando su propagación incluso más allá de las comunidades
humanas…
He aquí el cómo que conozco. Y que me atrevo a aventurar puede ser la cura del mal que nos aqueja. Y que nos corroe día a día ecosistemas y alma.
2 comentarios:
Hola Bárbara. Estoy de acuerdo que debemos superar la competencia y abrazar la colaboración, pero sospecho que no es suficiente, cuando estamos en un mundo cuyas reglas favorecen a los competitivos violentos, que cuando me llega una carta de la Isapre que me intenta explicar porque necesitan subirme la cuenta en un 6,2% altiro pienso que me están robando y con temas tan sensibles como la salud. Temo de que todos andamos enrabiados por los abusos, desde el papel confort y ahora el ejercito, creado para defendernos. Hace falta algo más que los afectados por el "sistema" colaboren. Y no se que es. Solo sospecho que plataformas como Uber traen un germen que me atrapa la mirada y me lo quedo mirando; más democracia parece ser.
Abrazo
Hola Gabriel!!! Qué bueno leerte en este blog (que es tuyo también). Y si....no es suficiente...pero es la clave para comenzar a buscar las soluciones...que nadie las conoce por cierto! Y que tenemos que inventar...más democracia, más o menos Uber...todo da un poco lo mismo, mientras no reconozcamos que el bienestar de esto y aquello, depende de tener naturaleza sana y pujante. Allí es donde todo ocurre, y por lo mismo, todo esfuerzo debe confluir a su protección y promoción.
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