lunes, 12 de abril de 2021

Contra la banalidad: (Re)visitando el futuro de las ciencias chilenas por el camino ya recorrido de la conservación*

Cuando Andrés Couve  me invitó a compartir estas reflexiones con ustedes, me pareció una idea interesante que acepté gustosa. Debido a mi labor en conservación de biodiversidad, constato de manera permanente el abismo que separa los grupos humanos y sus actividades, y que inciden de manera directa e indirecta en la consecución de nuestro bien común.

Llevo por ello un tiempo intentando construir canales que permitan conectar, para idealmente integrar mundos que sin conocerlo o re-conocerlo son parte de un mismo universo, descorriendo una cortina que permita a personas variadas asomarse al quehacer de la conservación, con la esperanza simple de sumarlos a mi cruzada.

En cada una de esas aproximaciones hago un esfuerzo por entender parte del quehacer del interlocutor de turno, con la aspiración de encontrar algún punto de encuentro, sobre el cual plantar el mensaje a compartir. 

Siendo bióloga, teniendo entrenamiento avanzado en ciencias, décadas de trabajo en espacios analíticos variados, resulté sorprendida por mi nivel de ignorancia y el somero entendimiento del quehacer e investigaciones que se realizan al amparo de esta Sociedad de Biología Celular.

Aunque los titulares -como Control epigenético de la expresión, Mecanismos moleculares de patogenicidad bacteriana, Estructura y función de complejos proteicos de membrana, por nombrar sólo tres- me resonaban en alguna esquina del cerebro, gracias a la intervención de antiguos docentes próceres como Mario Luxoro, Ramón Latorre, o Lucho Izquierdo… la avalancha de siglas, abreviaciones, marcadores, técnicas, sistemas celulares, y !más encima todo en inglés! Me hizo sentir que no entendía nada….y que los celulares, que son ustedes, viven en un universo muy diferente del mío….and I felt lost…

Sentí en carne propia aquello que debe sentir la “ciudadana de a pie” en forma permanente, cada vez que intenta conectar con algún alienígena del mundo de las ciencias…y constaté el colosal abismo que este universo científico debe salvar, si aspira a participar e idealmente servir de pilar en la construcción de una nueva sociedad.

Preguntaba  a Couve ¿qué podría aportar yo, como ex-científica formada en Ciencias Ecológicas, quien ya no me encuentro en las primeras lides de las ciencias en Chile (ni siquiera en las últimas), compartir con el lozano y frondoso ramillete de lumbreras que conforman esta Sociedad?

Todos profesores, postdoctorantes, doctorantes, y más, que se abren paso dentro de la academia tras la búsqueda del cada vez más demandado “conocimiento”… que brota a raudales de la mano de la tecnología, la innovación, produciendo toneladas de data como nunca antes nuestra humanidad siquiera pudo avizorar.

Aunque formada como tal, yo llevo un tiempo largo fuera de los espacios más tradicionales de las ciencias, compartiendo mi conocimiento disciplinario con la vida común. Más de una década trabajando en aquel verdadero “mundo real” como lo definía Virginia Wolff … ¿qué reflexión podría yo ofrecer a este acopio de entusiastas y jóvenes científicas, embriagadas por cócteles de ciencia pura, bebidos día tras día en cálices de wokshops, posters, papers o seminarios como los que dan cuerpo a esta Reunión Anual?

Para intentar encontrar rumbo, regresé entonces (como siempre lo hago) al origen, mi origen: las ciencias ecológicas. Cuyo centro y materia de estudio es la biodiversidad. La mayor singularidad conocida hasta ahora en nuestro universo, tan maravillosa como compleja, tan ubicua como idiosincrática. La biodiversidad que permite nuestra propia existencia, y nos conecta ecológica y evolutivamente con cada manifestación de vida pasada y futura de nuestro planeta.

Del conjunto de sistemas globales necesarios para mantener esta singularidad, la biodiversidad se suma a la provisión de agua dulce, mantención de la capa de ozono, integridad de sistemas biogeoquímicos, o cambio climático, entre otros.

Como quizá han escuchado, cada uno de estos sistemas planetarios, se encuentra hoy hiper-demandado, empujado como nunca en la historia humana a límites por fuera de las condiciones mínimas requeridas para mantener la integridad de nuestra existencia.

Ocurre con la degradación de la capa de ozono, con el incremento de la temperatura debido al aumento de gases efecto invernadero en la atmósfera, con la cada vez más menguada provisión de agua dulce, el desbordado aporte de nitrógeno a ciclos biogeoquímicos, y más.
A pesar de no estar instalado en la vida cotidiana o el imaginario colectivo, ni social, ni político, ni cultural, la pérdida de biodiversidad es de todos estos problemas globales, efectivamente el proceso más reventado, que hoy por hoy sobrepasa todos los límites conocidos en la milenaria historia de nuestra Tierra, amenazando no sólo nuestra existencia, sino la de miles de otros seres con los que compartimos -y de los cuales dependemos- nuestra azul morada.

Pues tal como que existe la ley de gravedad y que la tierra no es el centro del universo, las ciencias han demostrado que humanos y naturaleza, gente y océanos, científicas y su entorno, pueblos y su patrimonio natural, confluyen en un mismo sistema: donde lo ecológico y lo humano conforma un entramado socio-ecológico, que es a la vez complejo, indivisible, cambiante-histórico, y por sobre todo diverso.



Se manifieste a escala global distinguiendo biomas, ecoregiones, razas o pueblos; o se haga patente a escala local, en la forma de un prístino fiordo patagónico, un degradado bosque de tamarugos, o un escuálido chorrillo veraniego en los faldeos precordilleranos santiaguinos...

La verdad última es que SOMOS, gracias a que existe naturaleza. Millones de seres vivos no humanos –la biodiversidad- entrelazados con comunidades variopintas, conforman una red y producen todo lo que necesitamos para nuestro bienestar y disfrute, desde el oxígeno y agua dulce, hasta alimentos, medicinas, materias primas, fertilidad de suelos, control natural de pestes y enfermedades, belleza escénica, entre muchos otros.

Sea en formato de individuos desdentados, comunidades indígenas, grandes empresarios, compañías, sociedades científicas, Estados, economías locales o globales- los humanos no podemos SER, ni menos aspirar a prosperar a espaldas de natura.

Siendo las casusas de la pérdida de biodiversidad variadas, incluyendo factores muy bien conocidos por el mundo de la ecología –como degradación de hábitat, arribo de especies invasoras, enfermedades y más (el cuarteto maldito, como se le llamó alguna vez, hoy incrementa su número por la adición de nuevos flagelos como cambio climático)- sus consecuencias más profundas restan todavía por ser conocidas.

Es este, efectivamente, el mayor problema global y social que enfrentamos hoy como humanidad. Aunque ubicuo, se diferencia de lo que ocurre con la acumulación de CO2 en la atmósfera, -que dada la naturaleza de la molécula de dióxido de carbono: que es igual en cada rincón del universo y por lo tanto permite intercambio de emisiones por captura sin problema entre diferentes partes del globo-, la pérdida de biodiversidad erosiona patrimonio singular.

Pues la vida se manifiesta en una infinita variedad de formas, relaciones, procesos, que se empaquetan bella, lúdica y dinámicamente en decenas de miles de millones organismos, que todos en conjunto y por separado, ejecutan las danzas de la vida en escenarios diversos y cambiantes, al complejo son de la ecología y la evolución, por lo que su desaparición –a diferencia de lo que ocurre con el carbono- es la mayor parte de las veces irremplazable. Más importante aun, dada la trama socio-ecológica, la degradación de natura deteriora no sólo sistemas ecológicos, sino identidad e integridad humana.

A pesar de ello, el cambio climático es la estrella sexy que acapara las luces de todos los problemas globales (y los fondos, y los discursos del mundo político). Que al ser comparada con la pérdida de biodiversidad, la hace aparecer como un tema difuso, promovido y perteneciente a un mundo de jipis ecologistas.

En calidad de tal -de jipi digo- desde hace un poco más de una década, trabajo asociada a la ONG de conservación de biodiversidad más antigua del mundo –WCS. Con base en la ciudad de Nueva York, y distribuida en más de medio centenar de países, es reconocida por su demostrado desarrollo, diseño y uso de las ciencias de la conservación, las que despliega en cientos de proyectos en aquellos sitios de nuestro globo donde se concentra cerca de la mitad de la biodiversidad del planeta: los trópicos, las altas latitudes boreales, los australes mares de Patagonia.

Muy joven comparada con otras ciencias establecidas en los albores de nuestra civilización (como referencia consideren que recién en el año 1978 se utilizó por primera vez en una conferencia científica la palabra biodiversidad), la conservación es un espacio que recién comienza a desplegarse.

A diferencia de otras ciencias duras y altamente respetadas (¡como la biología celular por ejemplo!), la conservación tiene un mandato claro e ineludible: enfrentar, para idealmente reducir, retrasar o revertir, el patrón de pérdida de biodiversidad que cubre nuestro globo.
Dado el brutal deterioro de su objeto de estudio, la conservación es una ciencia de emergencia y de acción. Y debido a su presencia ubicua e idiosincrática, su naturaleza cambiante, su manifestación en multiescala, y la profunda, directa y difusa relación que la biodiversidad establece con las sociedades humanas, la práctica de la conservación necesariamente requiere de la participación de una enorme multiplicidad de actores. Especial, pero no únicamente, de las ciencias.

Desde hace poco más de una década, dirijo el mayor proyecto de conservación de biodiversidad existente en Tierra del Fuego (suena rimbombante…pero como todo en Chile, termina finalmente siendo discreto), cuyo corazón tangible es el Parque Karukinka.

Un lugar donde la vida terrestre como la conocemos, casi toca a su fin, para adentrarse en el frío océano sub-antártico y dar paso a la maravilla que es la vida marina, en uno de los océanos más diversos, hermosos y productivos del mundo: el mar Patagónico. Allí, en los confines de nuestro continente americano, se entrelazan de manera natural océanos Pacífico y Atlántico, un encuentro de dos mundos tan feroz como permanente. Una metáfora tangible de los encuentros que motivan y reflejan mi trabajo diario en estas lides de la conservación. 

Permítanme detenerme por un segundo en el Seno Almirantazgo, una lengua de mar que se adentra en el corazón mismo de Tierra del Fuego…
Un singular fiordo patagónico que es un emblema de lo que ocurre en cada rincón de los más de 84 mil kilómetros de costa Patagónica: donde mar y tierra se unen, para sostener la fría danza de la vida marina fueguina: elefantes, 
pingüinos, albatros, y otras muchas criaturas menos conspicuas, pero más sabrosas.

Se encuentra rodeado por las montañas del Parque Karukinka y la Cordillera de Darwin en el Parque Nacional Alberto de Agostini, conformando un espectacular anfiteatro austral, en el que esperamos montar la mejor obra de conservación y sustentabilidad de todos estos mares australes.

Pues luego de años de meticuloso trabajo: inclusivo, anclado en el territorio, informado con la mejor ciencia disponible, fue declarado ayer como Área Marina Protegida, la primera en su tipo para Tierra del Fuego. (APLAUSOS!).

Constituyen Karukinka y este Seno, un gigantesco y verdeazulado laboratorio natural, que venimos utilizando para experimentar y poner a prueba ecuaciones de manejo de ecosistemas    como los mayores y mejor conservados bosques templados que existen en el mundo a esa latitud, de gobernanza, como por ejemplo los arreglos que nos permitan gestionar el control de la invasión de castores, la mayor amenaza que afecta los bosques de esta parte del continente;  o administrar la conservación de aquel valiosos y maravilloso Seno, de investigación, que nos permita diseñar herramientas efectivas para restaurar estos ecosistemas degradados o recuperar especies de valor comercial,  de educación, que nos entreguen luces sobre cómo involucrar y catalizar la participación de comunidades locales y globales, doctas y legas, en estas y otras materias de conservación ¡y más!  Aspirando a informar de mejor manera y más certeramente nos sólo la conservación de estos parajes, sino inspirando a otros a conservar los propios.

Dentro de este esfuerzo ellas –las ciencias-, con su batería de herramientas de diseño y búsqueda de explicaciones, juega un rol fundamental sobre el cual dibujar, anclar y levantar la bandera de la transformación clamada por nuestro universo fueguino.
Mi marcha sin embargo, se encuentra a menudo con un mundo científico impermeable a su entorno inmediato, enclaustrado cual abades a los confines de su academia…, en el mejor de los casos con sus cabezas levantadas cual telescopios apuntando a la bóveda global de las ciencias, muy ligeramente vinculados con su entorno inmediato…sea natural… o sea humano.

Es en este espacio, y desde una perspectiva extremadamente egoísta –pensando sólo en la necesidad que demanda mi actividad de conservación- que reflexiono y considero que ellas –las ciencias, nuestras ciencias- precisan mirarse a si mismas, intentar responder el mandato que muy tempranamente le conminara Émilie du Chatelet sobre “saber lo que quieren ser”….en el contexto de degradación socio-ecológica más importante y ubicuo que haya enfrentado jamás nuestra humanidad.

Con los pies puestos al sur de nuestro sur, vengo observando a Chile desde aquel territorio marginal, desamparado no sólo geográfica, sino económica y socialmente. Constato que mis observaciones, que son hechas desde esta arista del quehacer científico y de nuestra sociedad, son una mirada muy alejada de los centros donde se concentra el poder y se moldea el “sentido común”, no sólo científico, sino social, económico, e incluso cultural.

Y traigo desde allí a Uaxactún, el que fuera el centro científico-religioso más importante del Mundo Maya. Es en ese sitio, en la región del Petén, el bosque más importante de Mesoamérica, donde se alzaba este observatorio, el mayor de la cultura maya preclásica y clásica, bastión indiscutido del poder político de dicho mundo, sostén del sentido común de aquella época.

Como en el antiguo Egipto o en Babilonia la Grande, sirviéndose de la ocurrencia de eclipses, períodos de sequías, plagas, y más, la ciencia astronómica maya constituía uno de los pilares principales sobre los que se alzaba el poder político-religioso dominante.
Tal “Poder” era el fundamento de un sistema político-social omnisciente, hegemónico, inicuo, vertical, y a la vez extremadamente productivo, capaz de mantener y abastecer a una población numerosa. Las ciencias formaban parte de dicho poder, alimentando la construcción de un “sentido común” que pocas veces tenía sentido para el común de la población…, que le servía de alimento y sustrato.

Tal como ocurre hoy en día en múltiples rincones de nuestro globo, el bienestar del pueblo Maya comenzó a declinar producto de degradación ambiental, incluyendo pérdida de bosques, de suelo, presencia de sequías, con impacto en los arreglos sociales que cimentaron y conformaron dicho imperio.

La fuerza de la realidad golpeó la puerta de este “mundo feliz”, cuestionando una y otra vez el “sentido común” instalado en dicha sociedad. Y aquel “Poder” que lo generaba demostró ser inepto para reconocer su golpeteo, y para descifrar la miríada de señales ambientales que afloraban por doquier. A la vez que su bastión científico permaneció como su aliado en silencio.

Fueron, por ende, incapaces de reaccionar oportunamente. Como sabemos, el proceso de desconocer esa realidad, de quebrar aquel “sentido común”, culminando con el colapso definitivo de dicha civilización.

En Chile muchas señales han sido enviadas…como ejemplo comparto unas pocas constataciones estadísticas: 
- En la zona central de Chile, donde vive el 80% de nuestra población, en 30 años se ha perdido casi el 45% de la cobertura del bosque mediterráneo…nada más ni nada menos que la matriz que nos nutre y da sustento…
Esta pérdida de bosque nativo, se prolonga de manera metastásica en la interrupción de funciones ecológicas y de servicios como producción de agua, suelo, medicinas, identidad y valoración cultural.

- Como producto de malas prácticas ganaderas y agrícolas, y más, tanto históricas como presentes, se ha producido una pérdida de casi el 50% del suelo fértil en Chile...en algunas regiones como Coquimbo, este porcentaje se empina por sobre el 85% de pérdida.

Esto ha tenido un impacto directo en la productividad agrícola, la interrupción de ciclos naturales de agua, disrupción de patrones de sedimentación de ríos y costa, de ciclaje de nutrientes, de regeneración de cobertura vegetal, impactando de lleno en la generación y mantención de trampas de pobreza.

- Debido a la sobreexplotación, o al mal diseño y manejo pesquero y de las políticas públicas que deberían regularlo, y más, constatamos el agotamiento del 75% de las pesquerías chilenas, el servicio ecosistémico marino de mayor valor para gran parte de nuestra sociedad.
Las consecuencias sociales y económicas de esta degradación natural son de una envergadura innegable, y estallan con mayor poder que minas navales a lo largo de nuestra costa. (¿Recuerda alguien del sabor del jurel fresco?)

Nuestro sistema socio-ecológico está enviando estas –y muchas otras- señales…Y yo me pregunto ¿Quién está allí para recibir e interpretar estas señales y actuar en consecuencia? ¿Quiénes pueden ayudar a entender, diseñar y catalizar soluciones? Con seguridad son muchos, pero entre todos ellos destacan las ciencias.

A diferencia de aquella Mesoamérica que mencionaba al comienzo, la percepción e interpretación de nuestro mundo actual hace imprescindible un acercamiento de las ciencias no sólo a su entorno social de común poco estridente, para abrirse asimismo a la dimensión natural, que no tiene voz, pero que habla a gritos a través de desastres naturales, de degradación de patrimonio, de erosión de identidad y bienestar.

Varios siglos después de Uaxactún, en otro espacio socio-ecológico, en una sociedad transformada y transformándose de modo incesante, es indispensable repensar, rediseñar y poner a prueba nuevas relaciones entre las ciencias y el poder, pero por sobre todo entre las ciencias y sociedad.

Es necesario transitar desde estructuras cupulares y aisladas de ciencias, que funcionan en la práctica ciegas a una naturaleza sobre-demandada y sobre-explotada, y sordas al clamor social, hacia estructuras y personas de las ciencias dotadas de visión y herramientas adecuadas que le permitan no sólo monitorear y alertar por demandas específicas, sino hacerse socia y parte en la construcción de una nueva sociedad, y como dice Latour torcer con ello el mal instalado “sentido común”.

Este es el primer aprendizaje que brota del confín del mundo: la necesidad de las ciencias chilenas de derribar aquellos muros –físicos, mentales, sociales, culturales- que se empeñan en constreñir la actividad científica dentro de estrechos centros de conocimiento y poder…de echar abajo aquellos guetos que concentran la elite del conocimiento, abriendo fisuras por donde pueda escapar la luz que trae consigo el conocimiento científico, tocando más allá de si misma y sirviendo de ungüento en la cura a los problemas complejos que hoy nos achacan como sociedad.

Y donde científicas, ya no como entes iluminadas y aisladas, aliadas o cómplices del poder ciego, puedan aportar como socias en la construcción de realidades compartidas y más amables.

Siendo del Siglo Pasado, trabajando en el confín del universo, desplegando una práctica científica rara y desconocida para esta audiencia y para la sociedad en general…

Desde esta lejanía tempo-espacial miro el Programa de Esta Reunión y me pregunto dónde está la pregunta que les permite hurgar el destino de nuestras ciencias? Más aún, me pregunto dónde se esconde la reflexión del por qué debemos pensar en tal destino? Desde la lejanía tampoco soy ciega a la fuerte demanda y presión que hoy resiente la actividad científica…especialmente la de las jóvenes….

Pero a pesar de ello les traigo hoy una dolorosa reflexión, la que caí en cuenta cuando hace poco pude asomarme al trabajo de Hanna Arendt. En uno de los artículos más duros que se hayan producido en torno al horror del holocausto judío, se encuentra el ensayo elaborado por esta filósofa alemana, quien luego de escapar de la Alemania Nazi, se instaló en la ciudad de New York donde desarrolló su carrera académica.

Corría el año 1960 y Arendt fue contratada para seguir el juicio de Adolf Eichman, un reconocido jerarca nazi escondido en la postguerra, quien fuera encontrado por cazadores de nazis en Argentina, y llevado a Israel para enfrentar un juicio por el genocidio judío y crímenes de lesa humanidad.

Arendt indicó que durante todo el juicio, Eichman insistió una y otra vez en su inocencia, argumentado en su defensa que sólo cumplió con la tarea que le fue encomendada por su jefe, el Führer. Aquella tarea era la de llenar vagones de tren… con personas. Sin preguntarse nunca por el destino de aquellos trenes atestados de carne humana, Eichman realizó esta tarea de una manera muy eficiente por años.

Dentro de esta eficiencia, sin embargo, Eichman nunca levantó cabeza para escudriñar su entorno. Para él, todo se trataba de celo y eficiencia, de ascender en su carrera profesional, y nunca se dio un espacio para reflexionar sobre las consecuencias de tal eficiente actuar. Todo esto impidió que Eichman pudiese desarrollar un sentimiento de «bien» o «mal» en el que pudiese anidar sus actos.

A diferencia de la mayoría de las personas que asistieron a su juicio, las que juzgaron a Eichman como un monstruo, Arendt consideraba que actuó de la manera que lo hizo, no porque estuviera dotado de una enrome cuota de maldad, sino porque actuó como un funcionario, una pieza u operario más dentro de una máquina o sistema de exterminio, al que nunca puso en cuestionamiento.

Y denominó dicha forma de accionar como la “Banalidad del mal”, término que acuño para referirse a aquellos individuos que actúan dentro de las reglas de los sistemas a los que pertenecen, sin preocuparse sobre el origen de dichas reglas, ni mucho menos de las consecuencias de sus actos. Arendt realiza desde allí un llamado a reflexionar sobre la complejidad de la condición humana y estar alertas para evitar el desarrollo de este tipo de conducta.

Es este mismo llamado el que creo hace eco hoy día en relación a nuestras ciencias. Y toca no sólo a aquellas comunidades de investigadoras jóvenes que día a día intentan abrirse paso en un mundo cada vez más estrecho y demandante, sino a agencias, empresas, comunidades, y más, todas y cada una conformadas por personas, que pueden o no reconocer que sus actos y las consecuencias de sus decisiones no ocurren en el vacío, sino que tienen alcance más allá de sí mismas.

Reconocer que cada proceso y toma de decisiones, de definición de prioridades, se insertan en espacios socio-ecológicos específicos, con los que se relacionan e impactan, y por lo tanto mandata a la reunión de visiones, la coordinación de acciones, la integración de decisiones y el seguimiento de cada vagón –atestado con quién sabe qué política de ciencias, qué prioridades de investigación, qué alianzas estratégicas- que comienza a abandonar su andén hacia algún destino desconocido.

El proceso de renovar las ciencias, requiere de aceptar, fomentar, fortalecer conexiones entre actores diversos de la sociedad, para lo cual como mandata Arendt, es preciso levantar nuestras cabezas y alejar las ciencias de la banalidad.

Es importante mirar más allá de nuestro propio quehacer, y del mandato de eficiencia o productividad impuesto por tal o cual agencia de financiamiento. Sea en un gran o pequeño centro de investigación, en alguna posición Funcionaria del Estado, como Gerenta o promotora de un emprendimiento, como líder o “esclava” de un grupo de investigación, o formadora de nuevas profesionales…el nuevo camino precisa mirar desde dónde vienen las prácticas que realizamos, y sobre todo hacia dónde se dirige y queremos dirigir el resultado de nuestro actuar. Desde dónde viene aquel tren, y especialmente hacia dónde se dirigen esos vagones atestados de inocentes.

Más aún, el conocimiento organizado de las ciencias, custodiado y alimentado por el pensamiento, según Arendt comienza y termina en la contemplación. Es en esa pasividad –no actividad- contemplativa, donde el pensar se transforma en saber y aquello que pensamos cobra sentido.

Pero dichos pensamientos son en realidad un medio para alcanzar un fin, el que tal como indica Arendt, dicho fin está determinado por la decisión de qué vale la pena conocer y hacia dónde es menester empujar nuestros pensamientos. Al final del día dicha decisión no es puramente científica.

El llamado hecho por Chetelet en el siglo 18 repica entonces más fuerte hoy día, y debiera tañer frente al quehacer individual y colectivo de todas las ciencias chilenas: ¿qué es aquello que queremos ser, dónde está aquel lugar al que queremos llegar?

Esta pregunta es clave. No es marginal a espacios societarios como este, o centros de estudio, o a universidades…Tampoco es un cuestionamiento que sólo podremos hacer en espacios de ocio (¡como si ellos existieran para nosotras!).

Estas debieras ser LAS preguntas que nosotras como científicas debemos abordar…donde quiera que estemos…por el momento que allí permanezcamos, ¿pues si hoy nos permitiésemos levantar cabeza, re-visitar nuestro futuro como sociedad y el futuro de nuestras ciencias, considerando los contextos de degradación que enfrenta nuestro mundo actual, el nivel de desarrollo de las ciencias a escala global, lo aprendido de Uxactun, lo reflexionado por Arendt, si pudiésemos actuar hoy conociendo precisamente el futuro que deseáramos tener….no sería lo deseable y correcto hoy caminar el exacto camino que nos llevase hacia ese futuro?

En Chile, tengo el gozoso sentimiento que esta búsqueda ya se ha echado a andar…tiene formas que buscan su forma, en tonos de grupos más o menos diversos, en conversaciones más o menos conectadas, que aunque aún estén atadas a cuestiones más o menos “pedestres” como contratos o becas, pueden enriquecerse lo necesario para llegar a moldear el corazón de las preguntas clave que dirigirán nuestra ruta.

No sólo como personas individuales, sino como colectivos humano-naturales intentando navegar las aguas de la globalización, en un mundo cada vez más arruinado. Mi presencia en esta asamblea, y previo a mi Lautaro Núñez, Juan Carlos Castilla y más, son una muestra de esta activación. Lo cual celebro y agradezco.

Según el Nobel Bertrand Rusel, la Buena vida y por añadidura- la buena ciencia, está inspirada en el amor y guiada por el conocimiento. El amor ignorante, o el conocimiento carente de afecto no es capaz de producir tal buena vida…ni a nivel personal, ni mucho menos colectivo.

Aquel olvidado sentido común indica que sólo se ama lo que se conoce, y la mayor deuda que siento tiene Chile y sus ciencias, es la de conectarse consigo mismo. Sus gentes. Su naturaleza. Esta es una deuda en la que las ciencias, el mayor motor de conocimiento que haya conocido la humanidad, son quizá la pieza fundamental para avanzar en este camino de auto-conocimiento.

Y la fuerza de su empuje dependerá de la inspiración, que se alimenta a raudales cuando toca corazón y belleza.

En el transcurso de mi carrera he tenido la oportunidad y el privilegio de conocer gran parte de nuestro territorio, sus ecosistemas y sus gentes. Parte por formación, parte por curiosidad, parte por sobrevivencia, me he montado a caballo, mula, macho, jeep, avioneta, helicóptero, lancha, barco, crucero, chalupa y más, pudiendo a lo largo de los años acceder a los rincones más magníficos que dan identidad a nuestro país.

Tal como se acumulan los relatos de un libro de aventuras, mi formación y trabajo como ecóloga me han permitido conocer de primera mano desde las cercanías de Visviri hasta el mismísimo Cabo de Hornos, tanto en su superficie como bajo del agua, desde el Altiplano hasta las babas del océano pacífico que bañan las intrincadas costas de Patagonia.

He podido palpar nuestra naturaleza, la humana y la otra, ambas sustrato inescapable de la ecología y la conservación chilena, y he podido amar cada una de sus manifestaciones:
Asombrarme en el norte con los ecosistemas alto andinos, la tola, lagos y salares, escuálidos bosques de tamarugo, vegas prodigiosas, que aunque sobrepastoreadas y desecadas producto de su utilización de miles de años por comunidades e industrias variadas, conservan aún el resplandor que emana la vida en el medio del desierto.

Sobrecogimiento al experimentar la glamorosa y rara vida del desierto florido, con sus decenas de ex-tímidas flores asomando impudorosas en el pardo fondo del lienzo nortino. Un despliegue lamentablemente poco frecuente de colorido chilenismo.

Asombro y excitación al recibir el rocío que escurre de hojas de lingues y bellotos…sentir la historia milenaria de estos remedos de gloriosos bosques pasados, en su profunda y cada vez más rara fragancia. Constatar la precaria existencia y el valor de estos tesoros esmeralda, a pasos de las más grandes urbes en Chile central, invisibles a la mayoría. Pensar que bosques como estos, cubrieron y dieron vida por milenios al Chile primigenio, y que hoy están perdidos, tal como parece haber perdido su rumbo nuestro país.

¿Qué más puede pedirse a la vida, cuando una ha sido regalada con la caricia del viento fresco en la cara (y en la mente), mientras se navegan fiordos de belleza suprema, y se escucha el revoloteo de toninas, pingüinos, albatros y cormoranes, los que danzando alrededor escoltan con desmerecida generosidad, el paso de nave y civilización?

¿Qué otro mejor momento puede ser vivido, que aquel que te permite contemplar un horizonte sin frontera, de rojo y verde-amarillo bosque en Tierra del Fuego, en el Valle La Paciencia en otoño, mientras se experimenta un extraño paisaje denudado de gente, colmado de espíritus humanos desaparecidos?

Un augurio del futuro por venir…en un mundo donde todavía el valor de nuestra naturaleza, de nuestra biodiversidad, de nuestro patrimonio natural, es desconocido e invisible.

Es este camino de conocimiento el que nos lleva al enamoramiento, ¡porque nuestro país, es bello! Y las invito a todas a salir a su búsqueda! No es casual que su sola presencia haya incubado la más sublime manifestación humana nacional, hecha carne en los nóbeles Mistral o Neruda….

De manera especial para las ciencias, es importante recalcar que el regocijo de la belleza natural criolla sólo es comparable al nivel de su extravagancia…poseedor de una historia biogeográfica particular, la biodiversidad chilena, moldeada a mano por milenios en la rugosa arcilla cordillerana, o la abisal fosa marina, agarrada como ha podido en el lecho de sus torrentosos ríos cordilleranos, ha resultado pródiga en rarezas.

Especies en espacios singulares, que esperan ser tocadas por el ojo busquilla de la científica del Chile actual, que pueda dar con un símil del axón de jibia para este siglo XXI, que pueda sumar no sólo al degú –aquel roedor nativo y endémico- como modelo para el estudio de Alzheimer, sino que pueda descubrir toda una nueva constelación austral de herramientas biológicas, hacerlas parte de su quehacer, levantándolas e insertándolas en las demandas de construcción de aquella nueva sociedad que Chile clama, y que el mundo necesita.

El desafío de la conservación de nuestro mundo nos une. No sólo como cuerpo de científicas, sino que nos abre la posibilidad de conectar con el resto del mundo. No desde la altura tradicional en la que se les posicionan o auto posicionan las ciencias, tal como ocurrió en Uaxactún, sino como un nudo más de la maraña humana, de la materialidad a la cual debemos moldear la artesanía más elegante y valiosa que haya podido crear nuestro universo.

Este proceso requiere de las científicas el levantar cabeza. De mirar más allá de su quehacer propio y de su mandato del momento. Sea como becaria, sea como académica en una universidad del mundo, sea como líder de un grupo de investigación o como formadora de nuevas científicas. Requiere mirar desde dónde vienen sus preguntas, y hacia dónde se dirige el resultado de sus investigaciones.

Requiere aspirar el aire que existe fuera de la burbuja burocrática de las ciencias, y sus perversos y miopes sistemas de financiamiento y calificación, para conectar con el resto del mundo.

Requiere, tal como lo reconoció Hanna Arendt alejarse de la banalidad. Y conectar. Enlazar. Sumar. Conocer. Mirar el todo. Preguntarse cuál es el destino de esos trenes atestados de papers, y dar la posibilidad a algunas de esas ideas, de esos aprendizajes, de esas miradas, de salir al mundo, de sumar a otras ideas, de impactar otros espacios, de abrir otros y nuevos procesos, de hacer saltar alguna chispa que pueda incendiar tanta falta de visión y entendimiento sobre nuestros sistemas naturales.

Las ciencias por definición están hechas para ser misiles a la banalidad. Abriendo oportunidades reales de avanzar en la comprensión y recuperación de la base viva de nuestro mundo.

Inevitablemente surge la pregunta de ¿Quién y cómo se puede hacer esto?
La realidad que me abofetea en todos los espacios donde me toca trabajar, es la enorme, gigantesca, abismante y ridícula carencia de biólogas. Son extremadamente escasas aquellas personas formadas en nuestra disciplina, conocedoras del ABC del mundo viviente, que se encuentran participando y liderado actividades en el mundo real, fangoso, así como desafiante que existe más allá de la academia.

Como las ciencias no son entelequias incorpóreas que levitan la superficie terrestre, la marea biológica sólo puede ser impulsada por las contenedoras humanas de las ciencias. Una versión particular de la utopía que Ray Bradbury describiese en Farenheit 451, en donde frente a una humanidad desquiciada que prohibía la existencia de libros, los relatos literarios fundamentales de la sociedad, eran custodiados y promovidos por libros humanos.

Tal como aquellos libros de carne y hueso, somos nosotras, biólogas de ayer, hoy y mañana, las que tenemos la oportunidad de conectar al mundo con las ciencias, y con natura. Somos una opción cierta para guiar la búsqueda de conocimiento relevante que ayude a la restauración nuestra naturaleza afligida, y que permita comenzar a hilar una nueva relación del ser humano con su entorno, que es finalmente su ser propio.

Y me dirijo ahora, como lo he hecho a lo largo de todo este soliloquio a las científicas, con el objetivo explícito de llamarlas a ampliar la voz de las ciencias! Que fue decidida por quién sabe quién y quién sabe cuándo, haciéndola hasta ahora sólo masculina.
Pues bien…al momento que imaginamos el futuro de nuestras ciencias, habremos logrado materializar dicho porvenir …y como consecuencia de ello trazar nuestro camino. Y declaro sin duda alguna que aquella ruta es femenina.

A estas horas de la noche…cansadas como estamos, recuerdo a Jorge Teiller, y comulgo con su “Canción cantada para que nadie la oiga, que es la esperanza de que esto cambie”...
No voy a profundizar en la enorme degradación que para las mismas ciencias ha tenido la exclusión, negación y el ninguneo de las mujeres a lo largo de su historia, así como el impacto positivo que su incorporación y promoción puede tener para países del Sur en términos de su crecimiento, desarrollo y bienestar social.

 Tampoco ahondaré en las archiconocidas y siempre diminutas cifras que demuestran la sub-representación de las mujeres en ciencias, explicadas por numerosos e “invisibles” factores (no hay peor ciega que la que no quiere ver), tanto estructurales como otras, que reproducen en el ámbito de las investigaciones, las desigualdades de género que han marcado a fuego la historia completa de nuestra humanidad.

La realización humana llega a su cima cuando el individuo es capaz de desplegar su potencial al máximo. El máximo de una Sociedad se alcanza cuando colectivos pueden desplegarse en su total magnitud….el potencial de la ciencia nacional, hasta ahora cercenado de su fracción femenina, contenido en decenas de cientos de científicas jóvenes, listas para expandirse y aportar a la re-construcción de nuestra truncada sociedad, merece con fuerza ser desplegado.

Tradicionalmente han sido los resultados de nuestras investigaciones la única cara visible del quehacer científico. Y ellos –en teoría- no discriminan por género. Cual ápices de un iceberg, muestran una mínima fracción de lo que verdaderamente significa hacer ciencias.
Por motivos que son muchos y desconocidos, a la vez que profundos, hemos hecho un esfuerzo por mantener fuera de la ecuación de las ciencias, aquel componente más relevante para su concreción: la parte humana. Como si las investigaciones fuesen realizadas por entes hueros, carentes de corporalidad, de historia, privados de necesidades sociales, familiares, culturales, financieras, despojados de apetito.

Como si esas personas levitaran en un espacio social llano y libre de baches. ¡Qué más alejado de la lógica de las ciencias, la planificar intervenciones y desarrollos echando bajo la alfombra tanta información relevante!

Pues la verdad es que las ciencias y sus investigaciones, sólo pueden ocurrir si existen personas que las lleven a cabo. Y cada una de ellas, y la suma de todas juntas, son la parte hundida del iceberg que puede o no generar dicha publicación, que puede o no sentarse en tal o cual comité, que puede generar y sostener un programa de postgrado, que puede ampliar el reconocimiento e integración de las ciencias en una región, y ciertamente que puede tomar lo mejor de dicho conocimiento para aportar a la construcción de un mejor mundo común.

Pienso que las ciencias tienen una deuda con esa sumergida porción, pues ofrece escasas oportunidades de bucear para escudriñarla, menos aún de tocarla, y por ende limitadas opciones de compartirla.  

Como lo expresara magistralmente Paul Eluard, cuando constata que “hay otros mundos, pero están este”, todas tenemos historias (algunas de hecho ya somos historia…) que merecen ser contadas. Escuchadas. Promovidas, pues ya conforman ellas el camino que habremos recorrido para llegar al futuro que ya está entre nosotras.

Y en especial soy una convencida que son nuestras historias como científicas, las únicas capaces de dar cuerpo, moldear, y sostener el nuevo cuerpo que requieren las ciencias y la transformación de nuestra sociedad.

Cuánto valor hay acumulado en cada una de las trayectorias de las científicas! Qué debió suceder para que una joven estudiante llegase a elegir el camino de las biologías, que pudiese acceder a formación básica razonable en algún pregrado de la nación, para luego moverse donde quisiera o pudiese hacerlo, para profundizar dicha formación en algún Doctorado enjundioso.

Cuando vemos papers o trabajos, sin embargo, no mostramos ni damos a conocer dichos testimonios. Y colegimos por lo tanto que no son relevantes para definir nuestro destino en el mundo de las ciencias.

Y lo que es más importante aún, pensamos que no son relevantes para las futuras científicas. Para aquella niña curiosa que juguetea con chanchitos de tierra o colecta conchitas escapándole a las olas del litoral central…Cuando en realidad es justamente lo contrario.

Elaborar, conocer y promover dichos testamentos de vida, es parte clave del proceso de poner la voz y la carne femenina de sus protagonistas en la mente y el diseño de las ciencias nacionales. Cada una de algún modo, resultado de un improbable viaje emprendido, con quizá que motivación, que cada pequeña y gran científica ha realizado.

En un continente y especialmente en un país como Chile, carente de promoción de las ciencias, con ridícula inversión en estas materias, con escaso conocimiento y valoración social efectiva del quehacer y reconocimiento de las científicas, con escasa posibilidades de que esta ruta nos genere bienestar monetario, me sorprendo preguntándome qué nos mueve y mantiene en este camino...
qué hace que la disfrutemos, aunque sudemos la gota subiendo cerros, perdiendo el sueño y tanta fiesta familiar. ¿Qué anima y alimenta la llama de las ciencias en cada una de nosotras? Que justamente por ser mujeres, es una llama el doble de poderosa que aquella otra.

Ese fuego es el que permanece invisible cuando sólo compartimos la data. Un fuego fatuo, que poco o nada devela el singular, valioso y potente derrotero que nos ha permitido desplegar lo improbable. Hay un gigantesco valor allí. Que realza y debe ser mostrado, cada vez que una mujer hace ciencias. Una obra docta desplegada palmo a palmo por cada artesana de su propia vida. Y que al comenzar a compartirla, puede acercar la materia prima de las ciencias a otras como ella.

Estas historias que se vienen tejiendo en los cuerpos de doctorantes, post-doc e investigadoras, o por gente como yo -outliers de las ciencias-, son cada una, una ruta por construir, y todas juntas una red por tejer.

Somos fuerza nueva, numerosa, creativa, apasionada, preparada. Decidamos hoy nuestro futuro, y recorramos juntas la ruta que nos lleva exactamente allí donde sabremos queremos ir. Marquemos la diferencia, torzamos la mano de la historia que hasta ahora conocemos. No sólo por nosotras, sino por todas nuestras compañeras!
Muchas gracias!

 *Conferencia Presentada en la XXXI Reunión Anual de la Sociedad de Biología Celular, Puerto Varas, 2017