viernes, 19 de agosto de 2016

Reflexiones marginales sobre un rol de las ciencias para el desarrollo de Chile

Uaxactún fue el centro científico-religioso más importante del Mundo Maya. Allí, en la región del Petén, el bosque más importante de Mesoamérica, se alzaba el observatorio mayor de la cultura maya preclásica y clásica.  Era el obligado punto de reunión de los astrónomos de todo el extenso imperio maya quienes llegaban desde diversos rincones para desarrollar ahí sus investigaciones.

Como en el antiguo Egipto o en Babilonia la Grande, sirviéndose de la ocurrencia de eclipses, períodos de sequías, plagas, y otras manifestaciones de la naturaleza, la ciencia astronómica maya constituía uno de los pilares principales sobre los que se alzaba el poder político-religioso dominante. Destinado, sobre todo, a servir de instrumento político-administrativo para el pago de tributos, la realización de sacrificios, y las muchas otras prácticas de gobierno, administración y culto. Tal “Poder”, que provenía de este “Saber científico”, era el fundamento de un sistema político-social omnisciente, hegemónico, inicuo, vertical, y a la vez extremadamente productivo, capaz de mantener y abastecer a una población numerosa.

Este mismo “Poder” y ese “Saber científico” se demostraron ineptos para descifrar  la miríada de señales ambientales (pérdida de bosques, de suelo, sequías), sociales (pérdida de control de élites), y otras (enfermedades) que lanzaba una realidad cambiante. Fueron por ende incapaces de reaccionar oportunamente. Como sabemos, este proceso de desconocer esa realidad culminó con el colapso definitivo de aquella civilización.

Varios siglos después, en otro espacio socio-ecológico, en una sociedad transformada y transformándose de modo incesante, el rol de las ciencias se muestra todavía relevante. Pero aunque su relación con el poder no ha desaparecido en absoluto, ella se ha hecho más difusa. Al mismo tiempo, aumentan las exigencias que les plantea la comunidad por un mayor aporte a un bienestar social y ambiental general.

Tal como aconteció con aquella deficiente lectura de la realidad que concluyó con el ocaso de la civilización Maya, percibimos también hoy día en Chile y el mundo una miríada de señales de todo tipo  –ecológicas, sociales, culturales, económicas- que nos indican  que nuestra visión y nuestra acción política-científico-social presenta graves problemas, a la vez que la percepción y entendimiento de dichos problemas han sido hegemonizadas hasta la obnubilación por el binomio economía-productividad.  

En el CNID (y otros muchos espacios similares) se hace carne la sospecha por la urgencia de modificar y ampliar nuestra mirada, para intentar abordar de manera más efectiva los problemas que subyacen a estas señales. Nuestra presunción es que estos problemas y sus consecuencias sobrepasan en mucho los límites del cotidiano quehacer del mundo político y científico, tal como cada uno de ellos se entiende a sí mismo.  

¿De qué señales hablamos?

Desde mi formación ecológica y mi experiencia en conservación de biodiversidad hay algunas que me son evidentes y archiconocidas. Y no tengo dudas que desde la óptica de otras formaciones y otras experiencias profesionales muy diferentes a las mías, esta lista de señales se agranda y se despliega como un abanico de proporciones inabarcables. Agreguemos aquí que ninguna de estas perspectivas es independiente de la otra.

Desde una faceta ecológica, observamos la degradación constante de ecosistemas/especies/poblaciones. Lo que en la práctica significa la pérdida de los servicios ecológicos asociados y producidos –aunque escasamente reconocidos- por esta base o capital natural.

Algunas pocas constataciones estadísticas, sólo para destacar la invisible conexión entre degradación natural y bienestar humano:
- En la zona central de Chile, donde vive el 80% de su población, en 30 años se ha perdido casi el 45% de la cobertura de nuestro bosque mediterráneo. Esta pérdida de bosque nativo, se prolonga de manera metastásica en la interrupción de funciones ecológicas y de servicios como producción de agua, suelo, medicinas, identidad y valoración cultural.
- Como producto de malas prácticas ganaderas y agrícolas, y más, tanto históricas como presentes, se ha producido una pérdida de casi el 50% del suelo fértil en Chile. Esto ha tenido un impacto directo en la productividad agrícola y en un aumento sistemático de las trampas de pobreza.
- Debido a la sobreexplotación o al mal diseño y manejo pesquero y de las políticas públicas que deberían regularlo, y más, constatamos el agotamiento del 75% de las pesquerías chilenas, el servicio ecosistémico marino de mayor valor para gran parte de nuestra sociedad. Las consecuencias sociales y económicas de esta degradación natural son de una envergadura innegable, y estallan con mayor poder que minas navales a lo largo de nuestra costa. (¿Recuerda alguien del sabor del jurel fresco?)

Desde una perspectiva social, constatamos con frecuencia creciente las fuertes señales de desagrado y descontento de poblaciones y comunidades a lo largo de todo el país. Expresadas estas en levantamientos y/o enfrentamientos asociados a megaproyectos “de crecimiento económico”, sean ellos mineros o de energía, u otros, a lo largo de todo Chile. Se suman de modo cuasi exponencial las protestas de grupos laborales como pescadores, comunidades costeras como la de Aysén, Chiloé, Punta Arenas. También las acciones de resistencia pasiva y activa de etnias como la mapuche, pehuenche, hoy ampliamente movilizadas por demandas ancladas en una historia que se hace presente con una fuerza acumulada por siglos.

Desde la perspectiva económica, las industrias nacionales tradicionalmente más relevantes: minería, pesca, forestal, acuicultura, agricultura y ganadería, presentan, desde Arica a Magallanes, dificultades ingentes y crecientes para implementarse –con activa y efectiva oposición social- como son los casos de proyectos mineros-energéticos principalmente. O tienen iguales dificultades para sostenerse en el tiempo –como es el caso de la pesca, acuicultura, ganadería- producto del ninguneo y degradación de la base natural que las sostiene, la que escasamente es incorporado en el diseño de negocios de estas industrias.

Todas estas perspectivas, los conflictos descritos y a la vista de todos, y ciertamente sus potenciales soluciones, todas ellas están conectadas entre sí. Esto es así  por cuanto los sistemas ecológicos y humanos constituyen un único sistema socio-ecológico: complejo, indivisible, cambiante-histórico, diverso.

Un sistema complejo enraizado en los territorios

Es en este sistema único e intransferible donde el componente humano (y toda actividad humana asociada económica, cultural, social, innovación, ciencias, entre otras) se despliega por entre sus componentes naturales. Al hacerlo, al mismo tiempo los tensiona y los impacta, con las consecuencias y efectos ya descritos. Tal como ocurrió con los mayas y casi todas las culturas que conocemos.

Este sistema socio-ecológico complejo, está enviando señales que evidencian la fractura de cualquier relato hegemónico que se quiera hacer respecto de él desde hace tiempo. Las realidades con todas sus diversidades a cuestas, desbordan las intenciones y esfuerzos de orden, de seguridad. Desarticulan las certezas e inundan  los espacios donde se enclaustra la toma de decisiones.

¿Quién está allí para recibir e interpretar estas señales y actuar en consecuencia? Ciertamente aquello que se llama “el poder político”. Pero hace mucho que este es incapaz de actuar en solitario, mucho menos cuando es generado y se sostiene en procesos de intención democrática. Cualquier “poder político” de este tipo, ejercido con mediana inteligencia, es consciente que requiere del apoyo de otras fuerzas, más allá de las propias.

¿Quiénes pueden ayudar a entender, diseñar y catalizar soluciones? Con seguridad son muchos, y entre ellos se encuentran las ciencias. A diferencia de aquella Mesoamérica que se mencionaba al comienzo, la percepción de este mundo actual hace imprescindible un acercamiento de las ciencias a un espacio más social y de común más silencioso. Se requiere, asimismo, abrir la mirada al espacio natural, que no tiene voz, pero que habla a gritos a través de desastres naturales, de comunidades abusadas y de investigaciones científicas que desde su esquina, evidencian estos procesos.

Los sistemas socio-ecológicos existen efectivamente en territorios concretos. Ellos toman la forma de ensambles humanos variados, distribuidos en ecosistemas diversos. Sus relaciones  son socio-ecológicas, singulares, históricas, irreproducibles. Y por su naturaleza misma, su representación tiene lugar en diferentes escalas: local, regional, global. En cada una de estas se establecen relaciones de dependencia e impacto.  Tales relaciones están definidas (aunque varían) por las personas que interactúan con ellas y en ellas. Con todo lo que esto implica: sesgos y prácticas culturales, sociales, religiosas, etc. Son estas personas, con su forma de tomar e implementar decisiones, las que constituyen el desafío de más alto riesgo de la sustentabilidad. Esto incluye ciertamente a los científicos.

El conocimiento que deriva de la mirada profunda de tales territorios socio-ecológicos, ofrece la posibilidad cierta -y también incierta- de capturar y entender la complejidad real de tales territorialidades, de identificar sus relaciones, develar sus complejas interconexiones. Es en los territorios donde se experimenta en primera persona el sinnúmero de fricciones y dificultades que entorpecen la puesta en marcha de las mejores ideas para las transformaciones sustentables que pueden derivar de las ciencias, o de proposiciones e innovaciones que vienen del resto de la sociedad, y todo lo concerniente a ellas. Por esto, sólo una acabada inspección socio-ecológica territorial puede abrir caminos para evitar estas fricciones y dificultades. 

Si tomamos en cuenta que uno de los principales nutrientes del pensamiento científico es la recolección de evidencias, no cabe duda que la ampliación de la mirada hacia tales territorios, expande el mejor reconocimiento de fenómenos y las fronteras mismas de la ciencia. Este espacio territorial social-ecológico- desmenuzado con el instrumental de las ciencias, es el escenario donde tiene lugar el encuentro de los actores de cambio -incluyendo a los investigadores y sus investigaciones. Es decir, se logra un sustrato fértil para que florezca una  innovación responsable.

Es en dicho escenario donde el mundo de las ciencias, codo a codo con los otros mundos del quehacer humano ha de participar en la compleja ecuación del desarrollo. La habilidad de las ciencias de desafiar las certezas, puede entregarnos una poderosa herramienta para la transformación cultural que hoy el CNID está discutiendo. Una que nuestro país fisurado necesita cada vez con mayor urgencia.  Además, se abre así la posibilidad de encontrar aliados en la demanda de una mayor inclusión científica en Chile, en los difíciles y embrollados temas de justicia, equidad, cuidado del medio ambiente. Todos estos son temas que ya están activos e instalados en nuestra sociedad, y que erupcionan a borbotones en cualquier espacio de interés público y de opinión honesta.

Desde la empiria fueguina

Trabajando al sur de nuestro sur, observo a Chile desde aquel territorio marginal, desamparado no sólo geográfica, sino también científica, económica y culturalmente. Constato que estas observaciones, que son hechas desde una esquina de nuestra sociedad, son una mirada muy alejada del poder.

Mi experiencia en Magallanes gira en torno a la gestión teórico-práctica de las complejidades socio-ecológicas, por medio de un abordaje sistemático, con el objetivo de revertir pérdida de biodiversidad, y para que este impacto se traduzca en bienestar humano y sustentabilidad consecuente. Es así como yo entiendo el desarrollo del que tanto hablamos. Este es justamente el mandato de las ciencias de la conservación, joven disciplina científica, orientada a una misión y orientadora, que ha nacido como producto de la crisis ambiental y pérdida de biodiversidad que sufre el mundo de manera ubicua y avasallante.

Pero la verdad es que tal como ocurre  con otras ciencias, la biodiversidad y su conservación no le interesan a (casi) nadie. Sin embargo es menester agregar aquí, que aun con recursos mucho más limitados que los asignados a otras ciencias; sin un entendimiento y/o interés verdadero por gran parte de la sociedad; sin conexiones políticas-sociales; en un contexto político-social-cultural de hostilidad hegemónica; es desde esta marginalidad que hemos sido capaces de iniciar procesos, modificar trayectorias, convocar voluntades, canalizar y optimizar posibilidades materiales, hacia la consecución de objetivos de conservación.

Mi desafío por la conservación, tiene mucho en común con el desafío que tenemos hoy entre manos en CNID, que es promover el conocimiento y valoración de las ciencias y la innovación, como herramientas para el desarrollo de un país al que por tradición poco le han importado ni la una ni la otra.

Las preguntas que plantean ambos desafíos son idénticas.
¿Cómo hacer visible a todos el valor de la conservación (y de las ciencias)?
¿Cómo lograr que estos temas adquieran la relevancia que se merecen en el tratamiento de otros asuntos?
¿Cómo lograr que se los conozca y se los difunda?
¿Cómo lograr que estos temas entren en las agendas de las instituciones y actores públicos y privados?
¿Cómo lograr que se pregunten lo que ellos pueden hacer al respecto?
¿Cómo abrir procesos que permitan buscar y encontrar respuestas adecuadas a estas preguntas?

Desde la realidad de Magallanes y Tierra del Fuego traigo ejemplos concretos de estos procesos, que podrían ayudar a alumbrar este camino:
La instalación nuestro programa de conservación privado en Tierra del Fuego, el Parque Karukinka, establecido con la idea que pudiese servir como instrumento de promoción y valoración de patrimonio natural como base del diseño de desarrollo de esta parte del mundo. Nuestra propuesta se instaló en un área económicamente deprimida in extremis; un lugar con muchas y muy malas historias de frustradas explotaciones; una región degradada ecológica y socialmente que experimentó uno de los genocidios menos reconocidos y más brutales del mundo, el del pueblo Selk’nam. En una comunidad frustrada y por lo mismo ávida de proyectos de inversión, en la que al comienzo existía ignorancia respecto de nuestro quehacer y, por lo tanto un gran rechazo a nuestro proyecto de conservación. En el mejor de los casos, nos veían como una termoeléctrica verde.

Hoy, luego de más de 10 años y todavía con un proyecto en construcción, somos el mayor referente de conservación de biodiversidad que existe en la zona. Hemos logrado un reconocimiento esencial por parte de autoridades, vecinos, actores privados, locales y globales. Y hemos logrado insertar nuestra reflexión y experiencia en conservación (que nos son comunes a todos) en espacios de discusión locales, nacionales e incluso binacionales. Incluyendo el CNID.

Pensemos, por ejemplo, en la restauración de los bosques templados, los más grandes que existen en el mundo a esta latitud, que por décadas han sido y son afectados por la invasión de castores, con la consecuente destrucción de millones hectáreas de bosques de protección de ríos y cuencas en todo el archipiélago fueguino. Este mega-problema tradicionalmente había sido abordado desde el enfoque sectorial, descoordinado, basado en supuestos errados, con escasa aplicación científica para el estudio y diseño de soluciones. Quizá el mayor problema que afecta estos bosques desde el retiro de los hielos glaciares, fue desde su inicio, desconocido e ignorado en Santiago, el centro del poder en Chile. 

En un proceso integrado y sistemático hemos logrado transformar este tema de conservación en una prioridad nacional y binacional. Esto está plasmado en un Acuerdo Político, único en su tipo, en que Chile-Argentina se comprometen a trabajar en la eliminación de esta plaga. Con este objeto se ha conseguido canalizar inversiones nacionales y globales por varios millones, tanto en Chile como Argentina. Y lo que es mejor se ha logrado iniciar un Programa, que es un gran experimento, para poner a prueba algunas hipótesis de control de esta plaga con el objetivo de generar capacidades diversas necesarias para avanzar en implementar acciones efectivas de control de esta y otras especies dañinas para estos ecosistemas australes.

Otro enorme desafío es la conservación de los ecosistemas de las turberas, amenazados por la minería no sustentable y el cambio climático global. Son estos, los agentes vegetales más efectivos y desconocidos de almacenamiento y captura de carbono en el mundo. Su distribución en Chile es netamente Patagónica, y aunque tiene una relevancia no sólo local sino global, han permanecido desconocidos e ignorados en el centro estratégico nacional que es Santiago. 

Con nuestro trabajo integrado, logramos acercar la toma de decisiones a las turberas, involucrarlos en la discusión local, canalizar investigaciones, instalar procesos de educación y lo más relevante lograr el apoyo político de parte del Ministerio de Minería que nos ha permitido reconocer y proteger miles de hectáreas de valiosas turberas en Tierra del Fuego. Con este apoyo hemos iniciado un viaje por un camino aún no recorrido, en el que minería, medio ambiente, nosotros y más, esperamos idear e implementar acciones conjuntas para impulsar investigaciones pertinentes, conectadas con el manejo racional y uso sustentable de las turberas de Patagonia. Esta es una alianza tan innovadora como desafiante de las prácticas productivas y de sustentabilidad tradicionales. No solo en nuestro país, sino en el mundo.

Está también la promoción de la conservación y el uso sustentable de la costa de Patagonia, área que nos conecta directamente con Argentina. Es probablemente la costa más grande del mundo, y es sostenedora (a la vez que amenazada por ellas) de industrias de gran valor económico como la acuicultura, el turismo, la pesca industrial y artesanal. Desde nuestro trabajo por más de cuatro décadas en Argentina, en alianza con la sociedad civil y academia, hemos promovido la generación de información científica y su conexión con la toma de decisiones de la gestión de la costa patagónica. 

En la práctica esto se ha traducido, entre otras cosas, en el diseño y monitoreo de mejores artes pesqueras, así como el diseño y declaración de áreas protegidas en estas gélidas costas. Gracias a esta visión y trabajo, hoy nuestro vecino país ha dado un vuelco al mar estableciendo bajo el liderazgo del Ministerio de Ciencias, el Proyecto Pampa Azul. Que es una propuesta estratégica, basada en ciencias, para usar racional y sustentablemente su porción del Mar Patagónico. 

En Chile, aunque todavía en un proceso en construcción, con nuestras investigaciones pertinentes y nuestro demostrado compromiso con la sustentabilidad local, hemos logrado impactar el proceso de Zonificación de borde costero que realizara la Región de Magallanes hace poco más de un lustro, donde fue decisiva la decisión de excluir la salmonicultura de la Provincia de Tierra del Fuego.

Desde nuestra experiencia, adquirida en este frío Uaxactún, reconocemos una clave para sumar al fortalecimiento de las ciencias en Chile: esta es, la verdadera inclusión de las ciencias en nuestra sociedad, y la inclusión de nuestra sociedad en las ciencias de Chile. Este camino de encuentro se fortalece en la medida que los procesos y desafíos que enfrenta nuestro país -tanto productivos, sociales, culturales, y más- a lo largo y ancho de todo nuestro territorio y maritorio, todo inserto en un contexto global cada vez más conectado e impredecible, puedan abrirse e integrar personas del mundo de las ciencias, con personas provenientes de los otros mundos nacionales. Estos procesos se fortalecen y catalizan en la medida que sean abiertos, participativos, diversos, y puedan estar estratégicamente dirigidos por personas o instituciones que promuevan esta visión. Estos procesos se enraízan en el quehacer cultural, en la medida que puedan desplegarse en los territorios, que con una mirada de largo plazo puedan hacerse cargo de la diversidad contenida en ellos.

En este ejercicio, propio de la construcción de sustentabilidad, el desafío compartido es la identificación y búsqueda soluciones de problemas concretos que afecten la vida de las personas que vivimos en esta sociedad y que habitamos territorios específicos. Donde cada uno de los participantes, aporte en la identificación y construcción de dichas soluciones. Incluida las ciencias y los científicos, ya no como entes iluminados y aislados, aliados o cómplices del poder ciego, sino como socios en la construcción de realidades más amables.

La verdad es que la sociedad contribuye de muchas formas a las ciencias, y no sólo involucra a científicos: proveyendo fondos, las compañías desde sus instrumentos privados, comunidades locales desde su apoyo a científicos y sus instituciones. En el mundo actual, donde la ciudadanía se alimenta de información y por lo mismo tiene acceso a reflexiones más complejas, ciertamente surge la pregunta ¿qué hace la ciencia por ellos? Y ese desafío debe incluirse como un articulador, aunque no como una sentencia, en el diseño del desarrollo de las ciencias en Chile.

Pensando en Uaxactún, y en el rol que jugó en la autodestrucción de toda una cultura  me hago eco del llamado que realizara la Dra. Jane Lubchenco, destacada ecóloga marina norteamericana, quien dirigiera  por años el NOAA – agencia científica del Departamento de Comercio de los Estados Unidos Agencia Administración Nacional Oceánica y Atmosférica- y Asesora Científica del presidente Obama, quien hace algunos años invitó a establecer un nuevo contrato social con la Ciencia, el que permita que científicos pudiesen destinar energía y talento a los problemas más relevantes del día aportando directamente a la construcción de una sociedad socialmente justa, económicamente factible, y sustentada en una biosfera de calidad.

Desde nuestra marginal y profunda visión y trabajo de conservación estamos comprometidos con la construcción de este nuevo contrato.