martes, 14 de abril de 2015

¡Enhorabuena! 30 años de investigaciones ecológicas en la Universidad de Chile*

Autoridades, invitados, comunidad de Ciencias, amigos…

La verdad es que no entiendo por qué Vivian Montecino me pidió esta presentación....me negué rotundamente a aceptarla...pero ella rotundamente se negó a aceptar mi negativa.... ¿qué podría aportar yo, como ex-alumna de esta Facultad, formada en Ciencias Ecológicas, quien ya no ejercía como científica, al ramillete de lumbreras que conforman este Departamento de Ciencias Ecológicas?

Me excusé diciendo pensaba lo más adecuado para esta celebración sería recibir el comentario de algún destacado científico o científica. Es lo esperable, no?

Aunque formada como tal, yo llevo un tiempo largo fuera de las lides tradicionales de la ciencia, trabajando en el “mundo real”, fuera de la academia… ¿qué podría yo decir de este departamento y la faculta de ciencias que lo alberga?

Sólo pensé en comentar que dondequiera que voy puedo distinguir claramente aquellos (lamentablemente escasos) profesionales que han sido formados en ciencias al alero de esta facultad y este departamento de ecología. Le dije a Vivian que yo atesoro a las personas formadas en esta escuela, pues ellos destacan no sólo por su capacidad analítica, formación fuerte en la disciplina ecológica, sino por poseer una ética y calidad de trabajo que revela compromiso, excelencia,  y vínculo con Chile y su patrimonio natural.

Que en mi trabajo diario, que me lleva a moverme entre ministerios, compañías de industrias variadas, sociedades científicas, escuelas, municipalidades, facultades y universidades variopintas…, cuando me topo con una ex-alumna de Ciencias, es como recibir agua fresca en el cuello. Dando sentido y esperanza a mi marcha.

Comenta eso justamente, me dijo Vivian….pues ves Vivian…ya lo dije.

La ecología busca entender los factores que determinan la distribución y abundancia de la biodiversidad en su composición, estructura y funcionamiento. Estas investigaciones abarcan todos los niveles de organización, desde la diversidad genética a ecosistémica. En diferentes ambientes: marinos, dulceacuícolas, incluyendo sistemas productivos como agroecosistemas, entre muchos otros. A diferentes escalas: local, regional y global.

El libro que hoy celebramos, es un ejemplo exacto que muestra cómo se urde la trama de nuestra disciplina: hebra tras hebra, laboratorio tras laboratorio, proyecto tras proyecto, ecóloga tras ecóloga, ecólogo tras ecólogo, cada uno y todos juntos, año tras año, abordando investigaciones ecológicas. Así ha sido el camino de este departamento. Así ha sido su aporte a Chile.

Un esfuerzo en su mayor parte invisible, ha ido permitiendo no sólo develar el alma de la naturaleza chilena, sino formar capacidad humana, cada vez más necesaria para enfrentar los desafíos actuales que enfrenta esta naturaleza, no solo a escala nacional sino también global.

En el transcurso de mi carrera, la que doy por iniciada apenas entrada a esta Facultad hace casi 30 años, he tenido el privilegio de conocer gran parte de nuestro territorio nacional. Comencé con salidas a terreno memorables, como la realizada al bosque relicto del Cerro Santa Inés en Pichidangui, a la sombra de la cola del Cometa Halley en el curso de botánica impartido por Juan Armesto; pasando por una inmersión de semanas al bosque valdiviano en el Parque Puyehue, como ayudante de campo ("goma no calificada") de Mary Kalin; hasta el brutal entendimiento y valoración de los ecosistemas de matorral de Chile central, en un incendiado experimento de larga escala que intentara realizar Javier Simonetti en las cercanías de Casablanca.

Tal como se acumulan los relatos de este libro, mi formación y trabajo como ecóloga me ha permitido conocer de primera mano desde las cercanías de Visviri hasta el mismísimo Cabo de Hornos, tanto en su superficie como bajo del agua. He podido palpar nuestra naturaleza, la misma que es sustrato de la ecología chilena, y amar cada una de sus manifestaciones:

Asombrarme en el norte con los ecosistemas alto andinos, la tola, lagos y salares, escuálidos bosques de tamarugo, vegas prodigiosas, que aunque sobrepastoreadas y desecadas producto de su utilización de miles de años por comunidades e industrias variadas, conservan aún el resplandor que emana la vida en el medio del desierto.

Sobrecogimiento al experimentar la glamorosa y rara vida del desierto florido, con sus decenas de ex-tímidas flores asomando impudorosas en el pardo fondo del lienzo del norte chileno. Un despliegue lamentablemente poco frecuente de colorido chilenismo.

Asombro y excitación al recibir el rocío que escurre de hojas de lingues y bellotos…sentir la historia milenaria de estos remedos de gloriosos bosques pasados en su profunda y cada vez más rara fragancia. Constatar la existencia y valor de estos tesoros esmeralda, a pasos de las más grandes urbes en Chile central, invisibles a la mayoría. Pensar que bosques como estos, cubrieron y dieron vida al Chile inicial, y que hoy están perdidos, tal como parece haber perdido su rumbo nuestro país.

Zorros, pumas, güiñas, monitos del monte, resistiendo junto a acorralados fragmentos de bosque sureño, ahogados por el tsunami verde de pinos insigne. Una marea descontrolada que arrasa a su paso no sólo a poblaciones humanas, sino aquellas de plantas y animales vecinos, especies nativas, y junto con ello a toda su profunda y compleja historia pasada…, y probablemente su historia por venir.

¿Qué más puede pedirse a la vida, cuando una ha sido regalada con la caricia del viento fresco en la cara (y en la mente), mientras se navegan fiordos de belleza suprema, y se escucha el revoloteo de toninas, pingüinos, albatros y cormoranes, que danzan alrededor, escoltando con desmerecida generosidad, el paso de nave y civilización?

¿Qué otro mejor momento puede ser vivido, que aquel que te permite contemplar un horizonte sin frontera, de rojo y verde-amarillo bosque en Tierra del Fuego, en el Valle La Paciencia en otoño, mientras se experimenta un extraño paisaje denudado de gente, colmado de espíritus humanos desaparecidos? Un augurio del futuro por venir…en un mundo donde todavía el valor de nuestra naturaleza, de nuestra biodiversidad, de nuestro capital natural, es desconocido e invisible.

Y yo he sido capaz de ver todo esto…y más…tanto más. De disfrutar y sobrecogerme con cada rincón de nuestro paisito gracias a que soy ecóloga. Pues tempranamente en esta facultad, con gran parte de los autores de este libro, aprendí a mirar lo que pocos en nuestro país son capaces de ver: los sistemas naturales chilenos. Sus poblaciones de plantas, animales, y otros bichos menos conspicuos, pasados y actuales. Aprendí a verlos en profundidad, entender parte de sus historias, identificar los factores que los promueven, y sobre todo que los amenazan. Una lectura de Chile tan importante, como desconocida…

¡Qué ganas de invitar a recorrer este camino a miles! Qué ganas de que estudiantes de provincia, ante la disyuntiva de decidir dónde desarrollar sus carreras, pudiesen contar con el generoso consejo de su profesor de biología, indicando: “el mejor lugar para aprender ciencias y ecología es la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile. Ándate para allá”. Como me dijera Ramiro Bustamante, mi profesor e inspirador, hoy Director de este departamento, despertando la ira de mi padre más bien conservador.

Porque hoy día vemos un país que está estallando…haciendo aguas por muchas partes. Dejando escapar su savia interna por lo agujeros que deja la ignorancia de intentar construir riqueza sin conocer ni resguardar el mayor valor que poseemos: que es nuestra naturaleza. Un país que se ha construido a retazos, remendados por profesionales, fundamentalmente abogados (sin ofender a Ana Lya) o ingenieros, la gran mayoría iletrados en ecología, intentando levantar un andamiaje precario a espaldas del valor fundacional y estructural que otorga nuestra natura, clave para sostener y generar bienestar para nuestro país y nuestras gentes. Si consideramos que toda nuestra “creciente” economía depende del uso directo de recursos naturales…, aquellos que sabemos de ecología podemos afirmar que sólo manteniendo ecosistemas y poblaciones naturales pujantes y sanas, podremos ser capaces de sostener o incluso aumentar esta o cualquier otra producción en Chile.

Si consideramos que el agua fresca, el aire puro, la fruta y proteína sana, son la fuente primaria y última de bienestar humano, y que cada una de ellas es producida o sostenida por nuestra naturaleza, por poblaciones de microorganismos, plantas y animales tan diversos como únicos. Si supiéramos esto, nuestro fundamental interés como nación debería estar en escudriñar cada una de dichas poblaciones, entender cómo, cuándo,  dónde, por qué…en fin, hacer ecología…mucha ecología….

Son estas el tipo de preguntas que ecólogos y ecólogas de este departamento, década tras década han ido abordando, descubriendo en ese camino como dije no sólo el alma de la naturaleza chilena, sino más y nuevas preguntas que esperan ser resueltas. Pero el avance de las ciencias es mayoritariamente lento. Y si algunos creen en que los cambios de paradigma pueden voltear la visión y el entendimiento del mundo rápidamente, la verdad es que las nuevas verdades y el nuevo conocimiento, se abre paso lentamente, poco a poco, sorteando un mar de personas ciegas y sordas a los nuevos contenidos. Y este camino se hace aún más calmo, cuando como en el caso de Chile, se invierte poco o nada en investigaciones con sentido local, y cuando la masa crítica de científicos, especialmente de ecólogos es pequeña, y por lo mismo casi invisible al resto del país.

Y es en este preciso punto entonces, que creo entender por qué Vivian decidió invitarme a mi a presentar este libro. Porque una de las cosas que puede ayudar en este proceso de cambio de paradigma son las diásporas, como la mía. Son los mensajeros convencidos, comprometidos, enamorados del mensaje. Como yo. Y esta es la labor que he desarrollado con brío y desfachatez durante mi vida post-facultad de ciencias.

He llevado el mensaje de la ecología, del valor de la naturaleza chilena, de la importancia de escudriñarla y conocerla dondequiera que he estado. He llevado la bandera de la conservación de nuestra biodiversidad, con ciencia, a muchos rincones de Chile, incluyendo incluso al mismísimo mundo de las ciencias ecológicas, a través de mi activa participación en la Sociedad de Ecología de Chile.

Por una década ya, he liderado un proyecto de conservación en Tierra del Fuego, continuando y profundizando un trabajo pionero de Mary Kalin y un grupo de ecólogos nacionales, hecho obviamente mencionado por ella en su capítulo de este libro. He utilizado dicho proyecto como un laboratorio natural de sobrecogedora belleza (práctica aprendida en este Departamento), para poner a prueba nuevas y más poderosas herramientas para la conservación en Chile.

“Piensa en grande”…. fue quizá el aprendizaje más importante que recogí de mi mentor Javier Simonetti (el que por alguna razón que no quiero conocer no escribió capítulo alguno en este libro departamental). Y es que pensando en grande, hemos logrado promover bajo mi liderazgo, una visión bi-nacional para abordar el problema de la invasión de castores en Patagonia Austral. Un problema que discutimos más de alguna vez con Ana Lya mientras fue Ministra de Medio Ambiente, hoy se hace patente en lo que esperamos sean los experimentos más grandes desarrollados en Chile (y Argentina) para aprender a manejar esta y otras especies invasoras, los que ejecutaremos en coordinación con agencias del estado, tanto en Chile como en Argentina, con socios privados locales y apoyo del mundo global experto en  gestión de invasiones.

Es pensando en grande, que estamos empeñados en promover la conservación de las costas de Patagonia, las más extensas de esta parte del planeta, sostenedoras de variadas industrias, bullantes en poblaciones de plantas y animales endémicos, atractivos, valiosos para comunidades locales y globales, por centenares de años. Hoy, menos del 0,1% de esta costa cuenta con protección (en el papel al menos), y nosotros ya hemos iniciado un camino para aumentar su protección. ¿Cómo? Desarrollando investigaciones ecológicas, de distribución y abundancia de organismos, de identificación de procesos ecológicos relevantes para la mantención de dichas poblaciones, y sobre todo generando espacios de confianza para compartir estos aprendizajes, canalizar conocimiento y anhelos locales, así como para desarrollar herramientas efectivas (no de papel) de conservación de esta parte del mar nacional.    

Pensando en grande también, es que estamos llevando la buena nueva de la conservación al corazón mismo de la actividad productiva nacional (hoy por hoy casi siempre destructiva), trabajando con el mundo minero y otros, promoviendo la adopción de visiones de desarrollo que consideren principios socio-ecológicos, y como consecuencia de ello, resguarden la base natural que los sostiene. El paso más importante por ahora en este proceso, es justamente acompañar a este mundo ciego a naturaleza, en el desarrollo de variadas y efectivas herramientas de conservación, donde casi siempre es necesario incluir investigaciones en ciencias ecológicas.

Pensamos en grande, cuando bajo mi Presidencia, logramos convocar por primera vez de manera colegiada, a ecólogos nacionales para aportar a la discusión del proyecto de Ley que espera crear el Servicio de Biodiversidad y Áreas Protegidas chileno. Este proceso, iniciado hace más de un lustro, espera entregar a nuestro país, por primera vez en toda su historia, una agencia estatal que tenga como mandato explícito la conservación de toda la naturaleza chilena. Delicada materia prima del quehacer ecológico nacional. Este proyecto ha iniciado recientemente su camino en la Cámara, y esperamos se vea aprobado durante el presente gobierno, pues es una de sus 50 prioridades. Y estamos trabajando, junto a ecólogos del país, para que la letra de su contenido, refleje los principios básicos y conocimiento actual de la biodiversidad chilena, muchos de cuyos aprendizajes han sido generados por ecólogos de este departamento, ya sea directa e indirectamente. 

Una vez aprobada esta Ley, se abrirá un nuevo espacio, todavía desconocido, para canalizar el resultado de investigaciones ecológicas chilenas. Será tarea de este departamento ver si desea integrarse más directamente a dicho espacio, y definir cómo hacerlo. Considerando sin embargo, que muchos de los autores del libro hacen referencia al uso potencial de sus investigaciones para manejo, conservación, o cambio climático, (relacionados por ejemplo a invasiones biológicas, limnología, productividad marina, reproducción de plantas, ecología molecular, ecosistemas), es esperable que se abra más de un canal de participación entre este futuro Servicio de Biodiversidad y los generadores de conocimiento básico sobre dicha materia, científicos y científicas de este departamento.

Uno de los desafíos sin embargo que no he podido resolver, que agita mi sueño y alarga mis noches, es cómo escalar los aprendizajes en ecología y conservación, a niveles que permitan impactar más y más efectivamente, procesos de toma de decisión variados: tanto locales, como nacionales, tanto en ámbitos públicos, como privados. Existe tanto conocimiento, tanta experiencia…¿cómo lograr que ella corra por las venas del Chile que necesitamos construir?

Simbiosis actinorrícica, microbiota rizosférica, síntesis de astaxantina, nerítica, simorfosis, migalomorfas, antidiuresis…son algunos de los conceptos que naturalmente cruzan la literatura ecológica de este departamento, presentes en este libro y que tienen poco o ningún significado para el común de los mortales. Tengo la intuición que un esfuerzo interesante de realizar, pensando por ejemplo en los próximos 30 años de este departamento, es escalar el aprendizaje de la ecología, sus bases conceptuales más sencillas, y sus aplicaciones a los sistemas nacionales, a la mayor parte de los profesionales chilenos. Así como hoy es impensable preparar ingenieros, abogados, médicos, profesores, y otros, que carezcan de aprendizajes mínimos en matemáticas o lenguaje, quiero imaginar que en 30 años, será impensable producir profesionales analfabetos en ecología, como ocurre hoy en día.

Especialmente porque el resultado de este analfabetismo, los vemos hoy por doquier: proyectos proyectados en el vacío, desconociendo las interacciones y complejidades inherentes a los sistemas ecológicos, y por extensión de ella, de las comunidades humanas asociadas. El resultado de este atraso, es lo que alimenta gran parte del trabajo de quienes hoy trabajamos en conservación. Cuánto más sencillo sería, si hordas de ecólogos y ecólogas de esta facultad, pulularan llevando la mirada simple de esta ciencia a cuanto proyecto y toma de decisión apareciera por nuestro país.

En 30 años anhelo con frenesí que cada profesional chileno haya pasado por un curso de ecología, y tenido la oportunidad de conocer el ABC de nuestra disciplina, y de cómo ella se manifiesta en nuestros ecosistemas y poblaciones nacionales. Matemáticas, lenguaje, inglés, son lecciones básicas que nadie negaría a la formación de profesionales. Ecología es el eslabón que falta para completar esta cadena. Distingo en esta visión a este Departamento, liderando el desarrollo de un currículum mínimo en ecología, definiendo sus estándares de calidad, así como entrenando a los entrenadores en la disciplina. No es posible seguir planificando el desarrollo de un país completo, a espaldas del escenario ecológico que podría ser capaz (o no) de sostener dicho desarrollo. En esa construcción el rol de este Departamento, justamente porque alberga a un ramillete privilegiado de ecólogos nacionales, y porque es parte de esta Universidad pública, debiera ser pivotal.

Una diáspora masiva, nativa, que permitiera no sólo llevar la buena nueva de la ecología chilena a chilenos, sino más importante aún para las ciencias ecológicas mismas, pudiese canalizar las nuevas y variadas preguntas esperando por ser respondidas a lo largo y ancho de Chile. Alimentado la ciencia nacional, generando más y nuevas investigaciones. Buenas preguntas yacen esperando ser respondidas en las afueras de esta facultad, cuya respuesta puede hacer bien a Chile y a esta Universidad. Producto de esto, en 30 años visualizo todo Chile prospectado en sus componentes naturales, y los mecanismos básicos que explican su funcionamiento entendidos. No sólo por los científicos expertos, sino por la comunidad amplia nacional. Generando identidad. Develando la complejidad contenida en nuestro largo y aparentemente simple país. Ofreciendo amplias alternativas para diseñar futuros con bienestar común.

Porque cada logro de este departamento ha sido imaginado, empujado, ejecutado y celebrado por personas específicas, mujeres y hombres de carne y hueso, sensibles y entregadas a su trabajo de investigación, antes de terminar, quiero compartir unas palabras relacionadas con Alberto Veloso. Primer Director de este Departamento, con quien tengo una especial relación, pues es el padre de mi actual pareja, y abuelo de todos mis hijos.

Quienes conocen a Alberto estarán de acuerdo conmigo que no es un dulce de leche. De carácter fuerte, tozudo y obsesionado con sus temas (pocos de la lista de autores de este libro no lo son en realidad!), científico fundacional de la herpetología chilena, conocedor como pocos de la biología y ecología de sus bichos favoritos: sapos y lagartijas.

No siendo precisamente el tata colores, Alberto ha sido un ejemplo de entrega y compromiso con la Universidad de Chile y especialmente con este Departamento. Su visión para la Universidad de Chile siempre ha sido en grande, dedicando parte importante de su vida a construir comunidad universitaria, y generando y aprovechando oportunidades para hacer avanzar sus dos grandes amores: la ciencia, amparada en esta casa de estudios. Su legado ya ha hecho mella en su familia sanguínea, tanto como en su gran familia académica.

Ahora que Alberto está de salida, y mirando los antiguos/nuevos desafíos que enfrenta este Departamento, creo firmemente que una pieza clave para el éxito de las próximas décadas, estará sostenido y podrá crecer con compromisos y entregas como las de Alberto Veloso. Convocando, reuniendo, sumando. Tanto dentro como fuera de este grupo de científicos y sus estudiantes asociados. Con una visión clara y un compromiso como el que solo tienen los científicos de esta facultad y este departamento, avizoro un paso firme y sin pausa hacia un futuro benevolente con la disciplina, con sus profesionales, y finalmente con nuestro país.

42 autores dan vida a este volumen, incluyendo investigadores y estudiantes. Casi la mitad son científicos con larga trayectoria nacional. Solo 17 de estos autores son mujeres. No puedo dejar de pensar en la construcción de los próximos 30 años de este departamento, explicitando el deseo de una mayor participación femenina en dicha obra. Tal como hoy celebramos el lanzamiento de este libro, el cual fue posible gracias al tozudo trabajo de dos mujeres, de dos generaciones diferentes, que hacen ecología en sistemas y escalas claramente disímiles.

Espero que la posta de las investigadoras históricas pueda ser pasada una y otra vez a jóvenes mujeres científicas, chilenas o extranjeras. Pudiendo sumar así más y mejores científicas al servicio de la ecología nacional,  y completar con ello la mitad que falta y que es necesaria, para una construcción más acabada del departamento de ciencias ecológicas del año 2045.

Es mi feminista anhelo. Es mi pequeño motor para el tiempo que me queda. Es mi compromiso con la ecología nacional.

Felicito a Vivian y Julieta. Agradezco la oportunidad de compartir estas reflexiones. Y quedo atenta en lo que pueda ayudar, dondequiera que me encuentre, en esta tarea.
Gracias


*Discurso presentado para el lanzamiento del libro "Ciencias ecológicas: 1983-2013, treinta años de investigaciones chileas", editado por Vivan Montecino y Julieta Orlando. Editorial Universitaria, 2015.

viernes, 10 de abril de 2015

Preguntas por preguntar, turberas de Karukinka por explorar!*

Ministra Aurora, Intendente, Gobernador, Alcalde, otras Autoridades regionales, colegas de WCS, vecinos y amigos de Karukinka.

Este es un día muy especial y esperado para nosotros. Hace una década casi exacta, arribamos a Tierra del Fuego para traer nuestra visión de conservación a Chile: una mirada nueva, abierta, integradora, que sumara al esfuerzo común de desarrollar nuestro país. Aportando con herramientas de la conservación de biodiversidad, tan desconocidas como críticas, para avanzar hacia la sustentabilidad.

Nuestro caminar ha sido virtuoso e inspirador. Nuestra presencia acá hoy, un puñado de mujeres y hombres chilenos, de origen variado, congregados en uno de los valles más hermosos de Tierra del Fuego, es una linda y fría metáfora del camino que hemos recorrido, y sobre todo de la senda que estamos abriendo para el resto del país.

El Ministerio de Minería, que lidera la actividad económica más importante de Chile, la materialización del paradigma de nuestra economía que hace uso directo de los recursos naturales, entrega a Karukinka una herramienta para avanzar en la conservación de sus ecosistemas de turberas, los humedales más importantes de esta parte del mundo.
Se reúnen hoy en este valle estos dos polos, erradamente considerados antagónicos, de la producción y la conservación.  Aunque poco reconocidas, las relaciones entre la conservación de la biodiversidad y la producción y bienestar de la población son tan variadas como significativas. 

La anónima verdad es que la biodiversidad provee todos los servicios que sostienen la vida humana y generan su bienestar. Y es en torno a esta biodiversidad, sobre lo que se sostiene toda actividad productiva humana, incluyendo nuestra actividad minera. Su conservación por lo tanto, no es solo un capricho del mundo verde, sino un clamor del mundo científico experto, como es nuestro caso, por ampliar y completar el entendimiento más profundo de los sistemas y procesos que nos permitirán (o no), seguir avanzando hacia un país de mayor desarrollo, con sustentabilidad.

Este es el mensaje claro y simple que hoy día enviamos desde este confín al resto del país: la integración de la conservación con la producción es posible. Es necesaria. Hay que hacerla crecer. Y este es el compromiso de WCS en Chile: ofrecer las mejores herramientas de la ciencia, educación e integración, para ir urdiendo esta conexión, desarrollando y poniendo a prueba nuevas y variadas formas que permitan conectar estos mundos. Lo venimos haciendo desde hace años, de manera silenciosa y permanente.

Hemos logrado atraer la atención y compromiso de autoridades nacionales, para enfrentar de manera integrada el problema de la invasión del castor. Apoyamos a la comunidad magallánica con el programa de educación ambiental más importante de esta parte de la región. Apoyamos tanto al Ministerio de Medio Ambiente en la promoción de la Ley de Biodiversidad y Áreas Protegidas, así como al Consejo de Innovación para el Desarrollo en la generación de una plataforma que permita la sustentabilidad de la producción minera. Son estos algunos de los ejemplos, por muchos desconocidos, con los que WCS y Karukinka sellan su compromiso.

De especial importancia para nosotros es el desarrollo de experimentación para dar con innovadoras herramientas. Este trabajo normalmente se realiza en laboratorios, y Karukinka es un bello y vasto laboratorio natural para dar rienda suelta al trabajo imaginativo e inclusivo de la sustentabilidad, que permita no sólo conservar sus turberas, sino aportar a la conservación y uso sostenible del resto de los recursos naturales de nuestra nación.

Este es un paso importante, el que agradecemos hoy al Ministerio de Minería. Para llegar hasta acá hemos dado muchos pasitos como este, y hemos transitado esta senda gracias al apoyo de muchos. Cada uno de los logros que realizamos se debe al comprometido y generoso trabajo de personas. Me gustaría poder nombrar a cada una de ellas ahora, en reconocimiento y agradecimiento…ello no es sin embargo posible, pero debo destacar:

Primero que todo a los miembros de nuestra organización: nuestros guardaparques, héroes de fin de mundo, quienes día a día, contra viento y marea (literalmente), ponen lo mejor de si velando para que estos parajes se recuperen y permanezcan para el goce y disfrute de todos, incluyendo los por venir.

Nuestro equipo de técnicos, profesionales y científicos, tanto chilenos como extranjeros, quienes han ido poco a poco develando este rincón de Tierra del Fuego al resto de nuestros vecinos, abriendo sus puertas a científicos, estudiantes, visitantes y vecinos de la más variada pinta.

En el nombre de Laura Novoa, también quiero agradecer al Consejo Asesor de Karukinka, con quienes tantas veces discutimos cómo avanzar la conservación de nuestras turberas. Este día hace patente esa labor persistente, silenciosa y generosa.

Al equipo de Barros & Errázuriz, liderado por Sebastián Donoso y Mara Angelini, quienes nos acogieron con maravillosa generosidad, ejecutando las movidas legales que hoy nos permiten estar acá. Ellos son los responsables últimos de este logro.

A nuestros compañeros de ruta del Ministerio de Medio Ambiente, Agricultura, Universidad de Magallanes, Estudiantes y profesores de Tierra del Fuego, y tantos otros magallánicos con quienes llevamos años realizando acciones de investigación y educación de este patrimonio común. Algunos de ellos ya no están con nosotros, como Sergio Opazo y Carolina Tapia. La conservación de estas turberas que pisamos hoy, que admiraron ellos ayer, son nuestro póstumo homenaje a su compromiso y dedicación.

Y finalmente al Ministerio de Minería, por entregar la llave que nos permita abrir la puerta al futuro de estos ecosistemas. Y esperamos con ello, continuar explorando nuevos y variados caminos de integración y sustentabilidad para nuestro país.

Pero este respaldo plantea un gran desafío. No sólo para WCS, sino para el resto de los actores hoy aquí reunidos. Nuestro norte (aunque debiera decir nuestro sur) es desarrollar todo el potencial de este laboratorio austral, preguntando preguntas pertinentes y valiosas para resolver problemas de desarrollo con conservación.

De las turberas en particular sabemos casi nada. Pensamos erradamente en ellas como bosques pigmeos y hacemos esfuerzos a ciegas por cosechar sus frutos. ¿Cuáles son las verdaderas dimensiones de estos ecosistemas, no sólo en superficie, sino en profundidad, en contenido de agua, carbono, especies? ¿Cuáles podrían ser sus productos más valiosos, no sólo en el corto, sino en el largo plazo? ¿Agua, carbono, productos naturales? ¿Cómo se relacionan estos ecosistemas con el resto de los existentes en Patagonia: praderas, bosques, costas? ¿De qué manera podemos acceder a estos recursos, generando el máximo beneficio común, tanto para la comunidad magallánica de hoy, como para la futura?

Nuestra tarea es y seguirá siendo abordar estas y otras preguntas. Y sólo podremos hacerlo sumando visiones y esfuerzos: desde el mundo productivo y desde la conservación. La unión hace la fuerza. Pero más importante que eso, la fuerza que necesitamos para avanzar en sustentabilidad está en la unión innovadora y desafiante de inteligencia diversa.
Nuestro país clama por ambas: la fuerza de la producción, motor clave para aumentar niveles de bienestar.  Y la fuerza de la conservación, pieza clave para ampliar y sostener este bienestar en el tiempo.

Ese es el mensaje que hoy enviamos al resto del país. Esa es la invitación que hoy hacemos aquí. Y ese es el compromiso que WCS reafirma este día. Con Tierra del Fuego. Con la Región de Magallanes y con Chile.


Gracias

*Discurso ofrecido en Valle La Paciencia, en Parque Karukinka, al momento de ser declarada Área de Interés Científico para fines mineros, el pasado 7 marzo, 2015
Foto de Ricardo Muza