Bárbara Saavedra, joven ecóloga chilena, llega en el verano del 1995 por primera vez a Tierra del Fuego. Su destino, pensaba ella, era la Estancia Vicuña, la última y más austral existente en la zona. Su trabajo pensaba ella, era el estudio de guanacos y castores en los bosques de la zona, para entender su dinámica y con ese entendimiento apoyar el desarrollo de un proyecto de explotación forestal sustentable de estos bosques patagónicos.
Bárbara permaneció un mes en esas tierras, recorriendo los laberintos verdes que son estos bosques fueguinos, abriéndose paso a pasos para llegar al corazón poco explorado de ese paisaje esmeralda, escudriñando los rincones del bosque para encontrar los bichos que necesitaba investigar. Ella está ahí, en un campamento de lujo nunca antes y nunca después visto para ecólogos chilenos, disfrutando del conocer de estas tierras y de sus gentes. Ella está allí, tal como están decenas de otros investigadores –botánicos, zoólogos, arqueólogos entre muchos otros- todos como abejas intentando libar la esencia que definía estos bosques. Tal como el resto, Bárbara estaba allí porque pensaba que conocimiento podría ayudar a mantener la vida del bosque en el futuro. Tal como el resto, Bárbara nunca pensó que esa visita inicial sería el inicio de un viaje mucho más largo, más comprometido e infinitamente más bello de lo que alguna vez imaginó.
Por lo que podría considerarse un cachirulo del destino, Bárbara llega nuevamente a Tierra del Fuego en julio del 2005, esta vez como directora del recién nacido programa Karukinka, un programa de conservación, instalado en lo que otrora fue el naciente (y por suerte fallecido) programa forestal que por primera vez le abrió las puertas fueguinas. Recorre con otros ojos el paisaje que años antes había conocido, y descubre con el mismo corazón la fortuna contenida en esos verdes parajes.
Este tesoro que no se devela para el viajero apurado, el que llega por el día a Tierra del Fuego y que sólo alcanza a caminar unos pasos por la zona más nortina de la isla. Para el viajero que sólo ve ganado y pastos, que sólo conoce del oro fueguino, esta riqueza aún no existe. Pero está ahí, y ha estado por centenas de años, y son enormes, majestuosos y extensos bosques chilenos. Catedrales naturales, moldeadas por la mano de Timaukel -el dios que los Selk’nam inventaron para guiar y cautelar sus pasos- que tal como las más añosas catedrales europeas, puedan sobrevivir a los devenires del destino, y albergar en centurias por venir a todos sus naturales fieles: guanacos, carpinteros, loros, zorros, y todo el resto de la desconocida diversidad viva que pulula en su centro.
Timaukel permitió que el proyecto forestal fracasara, piensa a menudo Bárbara, Nos ha dado la oportunidad de llevar este paraje al futuro, Será tarea nuestra la de tener éxito en este nuevo viaje –que en realidad es el mismo iniciado en 1995- y será desafío nuestro compartir esta riqueza con quien hoy día pueda verla, con quienes hoy día quieran apreciarla.
Sin otro destino posible que Karukinka en Tierra del Fuego, Bárbara vive hoy día patas arriba. Pues su norte está en el sur, y cree ella que el norte de muchas gentes del norte debiera ser, o al menos incluir, este sur. Porque es un sur que marca el paso hacia sustentabilidad, abriéndole camino a la conservación, integradamente las gentes y sus paisajes, integradamente los animales y sus espacios, integradamente el pasado con el presente y el futuro.
Desde acá abajo el mundo se ve fresco, todavía joven, y a pesar de que hay mucho mucho trabajo por realizar, siente Bárbara que las cosas se pueden lograr. Y que Karukinka es una verde y segura balsa para sortear las turbulentas aguas de la estrecha mente de muchos. Tal como antaño el Estrecho permitió a Magallanes conectar su mundo con el de las fragantes especias, es esta misma zona la que hoy puede enlazar un futuro verde, sano y común con nuestro trastornado presente. Sólo hay que abordar esta barca, pues hay espacio y necesidad de todos.
*Texto aparecido en Mas Alla del Fin/Beyond the End (2014) Periódico publicado con la ocasión de la Exhibición Beyond the End, a cargo de Camila Marambio en la Fundación de Arte Kadist, París. Parte de Residencia de Arte de Karukinka-Ensayos.