Como las humitas que tanto amamos, en Chile crecemos atados a ideas... y sin notarlo vamos ahogando nuestra capacidad de ver, analizar y resolver temas. Una idea que nos aplasta desde que nacemos es aquella que dice que la soberanía de nuestro país está definida por aquella línea trazada sobre el mar o tierra, y que marca los confines de nuestro territorio. Dibujamos esa línea con sangre o de otra forma, e invertimos recursos inimaginables (y ciertamente desconocidos) para defenderla.
A pocas horas de conocer el fallo mediante el cual la Haya resolverá un límite marítimo particular con el vecino Perú... no puedo de dejar de reflexionar en torno a nuestra soberanía y la ceguera de pensar nuestra frontera sólo como bordes que dibujan países colindantes. Miopía que define nuestra limitada capacidad de reconocer las decenas de amenazas que día a día reducen, deterioran, merman y finalmente devastan grandes extensiones de nuestro soberano país.
Hemos perdido por ejemplo, casi la mitad del suelo nacional. Si...así de horrible: 37 millones de hectáreas desaparecidas lenta y silenciosamente, legado probable de prácticas agrícolas y ganaderas aberrantes. Nos espantamos pensando en la amenaza que significa la solicitud de Perú de menos de 4 millones de hectáreas de océano, pero ni nos inmutamos al saber que el el 85% de la Región de Coquimbo ha perdido su superficie productiva: casi 3,5 millones de hectáreas cercenadas de nuestro territorio, para las cuales no existe tribunal internacional o armamento alguno capaz de recuperarlas para nuestro país.
Sufrimos pensando en los casi 50 mil hectáreas que Chile perdió en la disputa de Laguna del Desierto, pero no nos impacta nada saber que casi la mitad de nuestras protegidas, las cuales cubren casi el 20% de nuestro país reciben presupuestos paupérrimos de país pobre (en realidad miserables!). Esto determina que nuestra presencia efectiva en dichas áreas sea mínima o nula, imposibilitando ejercer soberanía alguna en estos territorios, eliminándolos de facto de las cuentas de hectáreas nacional.
En el caso del mar chileno la paradoja resulta aún más bizarra, pues somos capaces de invertir en armamentos y personal de guerra sin chistar, pero destinamos cero peso a gestionar las miles de hectáreas de mar que están protegidos (en papel al menos!), y que constituyen el "chanchito de naturaleza" que reservamos para enfrentar vacas flacas futuras.
Tememos a invasores potenciales que puedan arrancar algunos jirones de nuestra amada patria, pero desconocemos la presencia devastadora de invasores reales, especies foráneas que accidental o activamente han alcanzado vastos rincones de Chile, destruyendo a su paso los cimientos naturales y básicos de nuestra supervivencia como nación. La lista de especies es larga, y sus efectos peores que el que podrían producir las peores armas modernas. Cabras en Juan Fenrnández, castores en Tierra del Fuego, Didymo en los cristalinos ríos patagónicos, retamilla en los productivos campos de Osorno. Tan gruesas son las ataduras que nos ciegan, que incluso nuestro Estado subsidia el arribo de estos invasores, como es el caso de ciervos colorados en Tierra del Fuego, o de eucaliptos a lo largo de nuestro escuálido país.
Peor aún que estos deleznables invasores, es la invisibilidad de gran parte del patrimonio natural chileno para los mismos chilenos, la que termina por minar nuestra propia identidad, reduciendo y deformando nuestra capacidad de imaginar futuros para nuestra nación.
Si estamos pensando en soberanía....no puedo más que preguntarme por los verdaderos problemas que enfrenta Chile en relación a la mantención y cuidado de nuestros territorios y maritorios. Y confirmo lo que sospecho que debemos dejar de mirar al lado y comenzar a ejercer soberanía hacia adentro de nuestro país, gestionando la conservación del patrimonio natural chileno en toda su extensión: desde Visviri hasta el Cabo de Hornos, desde Rapa Nui hasta las bellas cumbres Andinas.
Son necesarios ejércitos de gestores de la conservación, armados hasta los dientes de conocimiento y capacidad para desarrollar herramientas con sello local, que permitan recuperar el capital natural que sostiene desde dentro a nuestro país. Como es esperable esta batalla necesita recursos, pues es de largo aliento y es ubicua. A diferencia de otras guerras, el resultado no implica el aniquilamiento de enemigo alguno, sino la construcción de una cultura soberana y orgullosa, capaz de sostenerse a si misma, y especialmente mirar y crecer hacia el futuro.
Fotos de Wenborne, Dupradou, y propias