Yo soy ecóloga, disciplina bien “blandengue”, que en sí misma
es una recién llegada al universo de las CIENCIAS. Ella se aboca a entender las
interacciones entre organismos, su entorno, estructuras, patrones y procesos
que existen e interactúan desde los genes hasta la biosfera toda. Se podría
decir que su objeto de estudio es “la naturaleza” y por mucho tiempo ha venido
creciendo y transformándose en una ciencia bien considerada, respetada y
practicada por aquellos que son duros para la ciencia –incluido el Pancho
Bozinovic-.
En medio de esta marcha, recién a mediados del 1980 aparece entre pasillos el término biodiversidad, o diversidad biológica. Concepto que resume bastante bien el objeto de estudio de las ciencias ecológicas. Este avance conceptual reconoce dos cosas novedosas, y que todavía resuenan como blasfemias científicas:
1- Que los seres humanos somos parte integral de la naturaleza;
2- Y por lo mismo, los patrones y mecanismos de la naturaleza están intrínsecamente ligados a lo humano.
Para bien…y para mal.
Por una paradoja del destino, la biodiversidad se viene haciendo visible por su ausencia, pues desde hace un rato enfrenta la mayor degradación registrada en toda la historia geológica de nuestro planeta Tierra. Resulta natural entonces, que se activaran tertulias en torno a esta desaparición, en especial las de Michael Soulé y Bruce Wilcox quienes se tomaron al menos siete años de conversaciones para lograr gestar su propuesta de la biología de la conservación. Quizá el doble click más fundamental que haya desarrollado las ciencias a un problema humano vital.
Ya desde sus inicios, esta disciplina tiene un mandato claro e ineludible: prevenir la extinción de especies y restaurar procesos ecológicos esenciales. Y nace con una triple carga que la aleja de las ciencias tradicionales. ¡Son casi herejías científicas!
1- Definen conservación de la biodiversidad como una disciplina de crisis, la que hace un llamado impúdico a la acción.
2- Reconocen que dado el nivel de la crisis de pérdida de biodiversidad, la acción de conservación debe activarse con urgencia, aun en ausencia de información. (O como se reconoce ahora, la acción debe informarse con el mejor conocimiento disponible).
3- Dado que la biodiversidad es el espacio/sistema común a todos los organismos del planeta –incluido el humano- su conservación no sólo es por definición multidisciplinaria, sino que debe responder a lineamientos éticos explícitos, incluyendo bienestar, justicia social y el resguardo del valor intrínseco de la vida.
Al día de hoy es cada vez más evidente –y aceptado- el declive generalizado, acelerado y ubicuo de la naturaleza y biodiversidad, la que se está deteriorando en todos sus niveles: global, regional y local; en todos los tipos de ambientes: terrestres, acuáticos y marinos. Más de un millón de especies amenazadas de extinción en las próximas décadas, con el 75% de ecosistemas terrestres y 66% de los marinos degradados por actividad humana. Los factores directos de esta degradación –conocidos como los jinetes del apocalipsis- incluyen cambio de uso del suelo, sobreexplotación de especies, contaminación, invasión de especies exóticas y más recientemente se ha agregado el cambio climático. Suman a esto factores indirectos, como patrones de consumo insostenibles, modelos económicos analfabetos de ecología, gobernanzas de maqueta, entre muchos otros.
La alarmante degradación de la naturaleza era evidente para el mundo ecológico desde hace mucho tiempo, y uno de sus rock stars –Edward O Wilson (1988)- padre putativo del término biodiversidad, indicaba que su pérdida podía transformarse en “la tragedia ambiental definitoria del siglo”. Esta alarmante sentencia sería ratificada por el nada de científico Antonio Guterrez 32 años después, desde su plataforma global que es la ONU, donde reconoce que “La humanidad está librando una guerra contra la naturaleza. Esto es suicida. Hacer las paces con la naturaleza es la tarea definitoria del siglo XXI".
Una conversación de décadas, todavía activa, en la que participan de forma creciente todo tipo de personas y que involucra mucho mucho mucho más allá del mundo puramente científico. Y donde el mandato más relevante se reduce a desplegar trayectorias de transformación, que den la oportunidad de traer la biodiversidad de regreso, y con ello el vínculo indisoluble y vital que las humanas tenemos con ella.
Así está la cosa hoy día.
Fui formada en ciencias en el siglo pasado. A un ritmo impensable (¡por lo lento!) en comparación a la vorágine científica del mundo moderno, y pasé un largo tiempo en barbecho –al que llamo mi tiempo de “científica de verdad”- desarrollando proyectos, investigaciones, tesis varias, las que tal como Pancho, se accionaban en torno a un enfoque integrador, interdisciplinar, siempre bajo el gran y apremiante paraguas de la pérdida de biodiversidad.
Con este bagaje conceptual y práctico emergí de las
ciencias de la conservación para caer de bruces en la práctica científica de la
conservación, un limbo también en construcción, donde la disciplina y los paradigmas
tradicionales técnico-científicos quedan a la cola de otra serie de visiones,
poderes y desafíos que parecen ser siempre más urgentes, más importantes, y sin
duda más vociferantes.
Un talud plagado de incumbentes, donde pocos saben de
ciencias, menos saben de ecología, muchos son activistas, pero todos son opinantes.
En medio de aquella majamama, como la define Karen Barad, vengo intentando
activar la práctica científica de la conservación, y por mucho tiempo he sido el
bicho raro de la sala.
No era considerada científica, porque no trabajaba en una universidad, aunque hacía investigaciones y publicaciones. No calzaba como activista, porque no me amarraba a árboles o incendiaba neumáticos, aunque levantaba la voz para opinar sobre proyectos de “desarrollo” o inversión. No era lobista ambiental, porque nunca me paseé por el Congreso soplando opiniones al oído de asesores o diputados, aunque con frecuencia era llamada a presentar ante comisiones camerales.
En su momento la mayor donación privada para conservación hecha en Chile. En sus 300 mil ha Karukinka tiene valores locales y globales indiscutidos de biodiversidad como: los mayores y mejor conservados bosques primarios existentes en el mundo a esa latitud. Cerca de 130 mil hectáreas de bosques de Nothofagus continuo, como pocas veces se experiencia en Chile por estos días. Las mayores extensiones de ecosistemas de turberas en la Provincia de Tierra del Fuego. Con alta integridad ecológica, máquina austral contra cambio climático. Diversidad de especies patagónicas, emblemáticas y esenciales para sostener estructuras y procesos ecosistémicos, incluyendo guanacos, zorros culpeo, cóndores, elefantes marinos, entre muchos otros.
Tierra ancestral del Pueblo Selk’nam, extinto según la academia, quienes llamaban a su Tierra Karukinka, y en cuyo honor nombramos el proyecto. Como un recordatorio perenne de nuestro mandato y acción para evitar nuevas extinciones en el archipiélago.
Este cambio transformador precisa de un enfoque sistémico, profundo, anclado en valores específicos y congruentes con el sistema de vida, cuyo clamor va mucho más allá de la multidisciplina científica. Es un llamado de urgencia a entrar en el mundo trans, y a meterse de lleno en el cuidado de lo vivo. El mandato de la transformación más vital que necesita la sociedad no es solo técnico, sino político y ético, ámbitos que están muchas veces alejados de los laboratorios y sus placas Petri, PCR, secuenciadores o bioterios.
El relato tradicional de las ciencias se hace en artículos científicos, donde se describe el producto final de una investigación, una última ruta –generalmente exitosa- de la manera más objetiva posible. Desde fuera, este proceso se ve como un camino unívoco y lineal. A menudo suele suponerse que a tal o cual investigadora se le encendió la ampolleta, generó una idea que devino en pensamiento que luego echó a andar en el mundo por un camino llano.
Siempre anclada en el sur, con los pies enterrados en las ciénagas de la conservación, me he esforzado por poner el foco en el proceso -totalmente incierto- de la práctica científica de la conservación, pues he recorrido, a la vez que construido estos caminos a tientas. He ido expandiendo la forma de generar conocimiento para la conservación, empujando el pensar a través del hacer. Activando una tarea preformativa, conocida también como la tercera forma de investigar. Donde según Tim Ingold, el producto de investigación surge del proceso creativo, que coadyuva de manera esencial a la construcción de nuevas realidades. Son procesos transformadores que nacen del apareamiento de un pensamiento matriz a y las realidades que han generado tal pensamiento, a la espera de ser transformadas el proceso.
En esta forma de
investigar no son dables las apriorísticas recetas rectilíneas, pero sí son
posibles y deseables aquellas generadas por la fuerza de la experimentación y
del aprendizaje en la práctica. Las nacidas en el encuentro de la
investigadora, con su materialidad a investigar. En mi caso, la naturaleza
fueguina y sus alrededores. Es la manera de abordar el conocimiento, al
mismo tiempo que se accionan trayectorias de cambio en espacios de enorme
incertidumbre y complejidad, como es la conservación de la biodiversidad.
A lo largo de los años he acumulado muchos ejemplos, participado en la creación de modelos y herramientas de conservación, generado capacidades técnicas, liderado la creación de instituciones y enfoques necesarios o habilitantes de transformación. Hoy quiero compartir tres de estas rutas: la buena, la mala y la fea. Cada una, y en conjunto, refleja algo de estas trayectorias…muestran un jirón de las mil caras de la práctica científica de la conservación, y las variadas facetas que he debido desplegar para poder llevar la voz de la conservación a lugares insospechados… y también encontrar esa voz cuando -lamentablemente- yo misma me vi extraviada.
El ejemplo Bueno es al mismo tiempo muy fresco, pues se refiere a la conservación de ecosistemas de turberas, los humedales más potentes para el combate al cambio climático. Las turberas son esquivas y se dejan ver poco…y en Chile son casi desconocidas, pues su distribución está bien alejada de la zona central del país, donde se concentra el 80% de nuestra población.
Pero la realidad es que,
aunque una esté parada sobre una turbera, tampoco es sencillo dimensionar su existencia
y envergadura. Pues tal como un iceberg, donde vemos sólo una pequeña fracción
de su superficie, la mayor parte de la turbera está enterrada en el suelo y no
la vemos. Su superficie está cubierta por un musgo, el Sphagnum
(conocido en Chiloé como pompón), que es una esponja natural que tiene la
increíble capacidad de retener hasta 20 veces su peso seco en agua. Si yo fuese
Sphagnum seco pesaría 1440 kg en vez de los 72 que peso ahora (en
realidad peso 74…a quién engaño!).
El cuerpo de la turbera se puede imaginar
como una torta de panqueques, donde cada capa está formada por la vegetación que
creció el año anterior, murió al fin de la estación y quedó depositada en el mismo
sitio. Cubierta por agua, esta vegetación nunca se descompone totalmente. Y año
a año se va acumulando una nueva capa, y año a año va formando esta torta de
turba. Húmeda, oscura, anóxica, pero por sobre todo llena de carbono. Las
turberas de Tierra del Fuego tienen entre 2-12 m de profundidad, y son
milenarias.
Las turberas son los ecosistemas terrestres más eficientes en capturar y almacenar carbono. Cubren sólo un 3-4% de la superficie del planeta, pero contienen un 25% del carbono del suelo y 2X veces el carbono existente en todos los bosques. Tal como muchos ecosistemas, han sido y están siendo degradados, pues se han usado históricamente como combustible, sustrato para flores y jardines, cosas “alternativas” como techos verdes o pañales “ecológicos” para bebés del siglo XXI. Y su destrucción no sólo afecta la integridad hídrica de las cuencas a escala local, sino que agrava fuertemente el calentamiento global, pues libera masivas cantidades de carbono a la atmósfera, en forma de metano y otros gases.
Hoy, en un mundo hiperdegradado, caliente y
seco, la conservación de turberas resulta un bastión ineludible en la lucha
contra el cambio climático.
Y nosotras comenzamos a dar esta pelea desde el sur, ancladas en el corazón verde de Tierra del Fuego, donde están las turberas más australes de la zona. Y donde las más grandes y mejor conservadas se encuentran en el Parque Karukinka. De hecho, las 90 mil ha de turberas de Karukinka contienen cerca de 250 millones de toneladas de CO2. Equivalentes a más de 2 veces el carbono emitido por Chile (con base en el año 2018). Su conservación era imperiosa, pero estaba amenazada por la minería de turba.
Amparada en estudios científicos (porque sabemos que la ciencia da para todo…), la turba estaba definida en la Ley Minera como un mineral, pudiendo ser concesionable. En la práctica esto significa que independientemente de la propiedad de la Tierra, cualquiera podía solicitar una concesión y explotar las turberas chilenas para extraer su turba. Dejando el humedal destruido y sus contribuciones a la sociedad –agua, captura de carbono, hábitat, espiritualidad y otras- multiplicadas por cero.
Desde el año 2008 venimos construyendo un camino alternativo para estos ecosistemas fueguinos, que nos permitiera proteger no sólo las turberas del Parque Karukinka, sino las de todo el planeta. Y en eso estamos…pues venimos diseñando y accionando Planes de Acción para nosotros en Karukinka, para el país, y también para el resto de las turberas del mundo.
No puedo describir aquí todas las piezas de esta movida, en las que activamos no cientos, sino miles de conversaciones en torno al conocimiento, valoración y cuidado de estos humedales: desde la comunidad escolar de Tierra del Fuego, Punta Arenas y Magallanes; pasando por la comunidad científica chileno-argentina, gestores del Estado, artistas, comunicadoras, científicas locales y de más allá, empresarios, indígenas; investigadores globales, regionales, representantes políticos, de la ONU y otros.
Con la ayuda de abogados expertos como Laura Novoa, Sebastián Donoso, Mara Angelini, logramos que en el 2015 el mismísimo Ministerio de Minería reconociera el valor de las turberas del Parque Karukinka y le concediera el mayor estatus de protección existente a la fecha: Área deInterés Científico con fines mineros. ¡Un hecho potentemente inédito por su alianza innovadora y su escala!
Me gusta esta foto, que muestra el momento de la firma de la Declaratoria en el Valle La Paciencia en Karukina, con la presencia de la Ministra de Minería de entonces (y la de ahora!) Aurora Williams, y el entonces Intendente -actual Gobernador- de Magallanes Jorge Flies, con la “masiva” presencia de todos los vecinos del Parque.
El nombre del Valle La Paciencia honra esta historia, pues esto que cuento acá en un minuto…en la realidad nos tomó 9 años, varios gobiernos, cientos de conversaciones –no propiamente científicas.
Desde Tierra del Fuego empujamos y apoyamos por muchos años –especialmente al Ministerio de Medio Ambiente- para avanzar en el reconocimiento y valoración de las turberas en todo Chile, levantando la voz en nuestro Congreso Nacional más de una vez y, junto con otros muchos actores ayudamos a construir el camino que finalmente derivó en la promulgación de la Ley N°21.660 sobre protección Ambiental de las Turberas de Chile, cuyo mandato prohíbe la extracción de turba en todo el país.
Un cambio de trayectoria
espectacular para estos humedales, y un aporte significativo de parte de Chile
al problema global de degradación atmosférica, pues esperamos que todo el
carbono contenido en los más de 3 millones de hectáreas de turberas chilenas permanezca allí a perpetuidad.
Vamos al ejemplo malo...
Crecí en dictadura, con un entendimiento muy claro de lo que aquello significaba…Siempre he tenido consciencia de los privilegios que tuve, como aquello de ser parte de una minoría que tuvo acceso a la mejor educación en ciencias existente en Chile, teniendo la oportunidad de explorar y desplegar mundos con alegría y satisfacción….sabía al mismo tiempo que acumulaba una deuda con mi país, pero no visionaba un espacio dónde poder retribuir todo lo recibido.
Hasta el año 2005, momento en que el Pancho Bozinovic me invitó a ser parte de la Directiva de la Sociedad de Ecología de Chile (la SOCECOL), en su intento de dar valor y fortalecer ese espacio societario. Me invitó a ser su Secretaria (¡a qué otra cosa podría invitarme!), y para mí esto fue la oportunidad perfecta para aportar, no sólo al fortalecimiento de la SOCECOL, sino que fue un medio para contribuir con mi quehacer a la reconstrucción del tejido social de Chile, un bien escaso incluso hasta el día de hoy.
Con la curiosidad propia de una niña porteña, amparada por la mano protectora de mi madre, observé el proceso del plebiscito del año 80, acompañando su voto, y percibiendo su acallado anhelo de cambio. Casi 40 años después –producto del estallido social del 2019- se activó en mí un afán abrumador de levantar una nueva Constitución para este Chile del siglo XXI. Y no pude controlar las ansias de sumar al proceso, e intentar integrar en esta nueva vuelta de rueda de la democracia, el mensaje de la conservación de la biodiversidad, ayudando a instalar la práctica de su cuidado y restauración en todo el territorio nacional. Vi acá mi segunda oportunidad de contribuir, esta vez en otro proceso y desde otra plataforma, a un cierre emocional de esa larga dictadura. A pesar de la pandemia, el país entero hervía en torno a este tema, y el 25 de octubre del 2020, Chile aprobó por una enorme mayoría el proceso de creación de una nueva Constitución, a través de una Convención Constitucional 100% elegida.
Yo ya venía trabajando y conectando conservación con democracia, y presenté mis razonamientos en revistas, varios seminarios, encuentros virtuales, académicos, de ONGs, comunitarios, empresariales, televisión…con mucho entusiasmo –y un poco pasada de revoluciones-…como me suele suceder.
Gracias a estos periplos constituyentes tuve la fortuna de conectar con personas homólogas, con interés y talento, como Liliana Galdámez, Abogada Constitucionalista y SalvadorMillaleo, abogado en materias indígenas, ambos expertos en Derechos Humanos, ambos de la Universidad de Chile, con quienes decidimos armar la Red de ConstitucionalismoEcológico. Este sería un esfuerzo técnico, científico -obviamente humano- por dotar de contenidos con base ecológica el germen de la futura nueva constitución.
Entendimos que la democracia no se construye solo en las
instituciones, sino sobre todo se materializa en cada territorio, con su naturaleza
y biodiversidad, y que acciones de protección y restauración, la activan,
mejoran y profundizan. El clamor para avanzar en una mayor dignidad e igualdad
sustantiva es también la demanda para proteger, restaurar y conservar nuestro
entorno. En él vivimos, de él dependemos y a él pertenecemos.
Acordamos dos cosas
importantes: abriríamos un espacio para reunir y discutir en condiciones de
equidad temas ecológicos y jurídicos. A partir de allí haríamos propuestas
concretas en clave constitucional para alimentar el proceso nacional, con una
mirada sistémica e integrada.
La futura Constitución democrática del Siglo XXI debía hacerse cargo del conocimiento y certezas acumuladas en torno a la degradación planetaria. Los saberes y la cosmovisión de los pueblos indígenas estuvieron omnipresentes en el pensamiento de esta Red.
Activamos una curatoría cuidadosa para no dejar fuera temas ineludibles y convocar a personas diversas en el amplio sentido de la palabra, conocedoras, sintonizadas y cargadas de las mismas ganas. Con las puras patas y el buche comenzamos el trabajo. La Red de Constitucionalismo reunió un total de 14 disciplinas/saberes, para un total de 57 participantes (34 mujeres), provenientes de academia, ONGs, sector público, organismos internacionales. Trabajamos durante 8 meses, 19 sesiones, para un total de 934 horas de trabajo colectivo. ¡Con este proceso sí que hicimos honor a aquella apreciación de Pancho sobre las ciencias de la “conversación”.
Logramos consensuar un total de 38
propuestas específicas e integradas, que fueron entregadas a la Convención en
formato de escritura y estructura constitucional, con coherencia sistémica para
este tipo de texto. Abordamos el tema indígena, principios ambientales, derechos,
bienes comunes, institucionalidad, agua, minería, deberes del Estado, cambio
climático y resiliencia.
Fuimos la primera organización que presentó ante la comisión de medio ambiente, y nuestro trabajo alimentó de muy buena manera la discusión constituyente, quedando incorporadas de manera literal o similar nuestras propuestas. Este paso representó un enorme logro…pero todas sabemos lo que pasó después…
En el candor de la discusión constituyente, invité a las científicas a compartir algunos ejemplos de propuestas que —a pesar de estar refrendadas sólidamente por las ciencias— resultaban impopulares.
Inspirada en un programa de la BBC hice este
convite cantando:
Oye dime lo que piensas tu
Aunque sea muy impopular
Eso que la ciencia justifica
Pero que a la gente le da pica…
Tenía buena onda en ese tiempo…a pesar de eso, vaya que quedamos picados con toda esa movida…
¿Logramos cambiar la trayectoria de nuestra democracia? No en lo que se refiere a la constitución de Chile al menos…pero ciertamente fue un LOGRO el solo ejercicio de activar la conversación ecológica en diversidad…y hacer su conexión explícita con la democracia, pues la existencia, el bienestar y todo el quehacer humano, especialmente el democrático, depende y está embebido en la naturaleza.
En lo personal, mi mayor
aspiración de que nuestra carta magna explicitara en su Primer Artículo el
hecho ecológico de “la relación indisoluble y de
interdependencia de los seres humanos y la naturaleza y su biodiversidad”, no
fue recogida...y sigue esperando su oportunidad de ver la luz.
Hasta aquí la historia
buena y la historia mala…respiro profundo…pues con el dolor de mi alma les voy
a contar ahora la fea…
Timaukel es la comuna más austral
de las tres que existen en la Isla de Tierra del Fuego. Es vasta, una de las más
extensas de Chile, poblada actualmente por un puñado de personas, decenas de
millones de árboles de lenga, miles de guanacos y otro montón de formas de
vida preciosas y valiosas.
Comencé a conocer la historia oficial de Tierra del Fuego y Timaukel, revisando documentos, documentales, y me fui conectando muy profundamente con este territorio, a medida que recorría sus parajes casi infinitos. Tierra del Fuego está en el imaginario de todo el mundo gracias al paso monumental de Hernando de Magallanes quien la bautizó como “Tierra de los Fuegos” en honor a las fogatas que vio a su paso, encendidas por los habitantes originarios de ese territorio, los llamados Onas. A partir de allí, y con ritmo creciente, estos habitantes fueron recibiendo los embistes de descubridores y colonizadores, de visitantes diversos, cazadores de ballenas y lobos finos, cazadores de elefantes marinos y buscadores de oro, de ganaderos, clérigos de todo tipo. Cada uno se llevó una tajada de vida fueguina, dejando una huella profunda, un vacío imborrable.
La más grande y espeluznante marca fue la desaparición del Pueblo Selk’nam, la que comenzó su declinación por horrores forzados y no forzados que incluyeron despojo, matanza, violaciones, robo de mujeres, niñas y niños, arribo de enfermedades, agravadas en los supuestos intentos de rescate en misiones. Una historia bien documentada, casi observada en tiempo real por nuestra sociedad. Referente y caso de estudio obligado en cada carrera de antropología a nivel global. La historia oficial, refrendada por sendas investigaciones, declaró a los Selk’nam extintos, y todos —incluida yo misma— seguían y aceptaban esa luz de conocimiento.
Así funcionamos por muchos años, hasta que a principios del 2019 recibí un mensaje de Camila Marambio -filósofa y curadora de arte- con quien venía trabajando desde hacía casi una década en un monumental programa de ciencias y artes para la conservación. Me contactaba con urgencia desde Australia, donde estaba completando sus estudios doctorales. En aquel mensaje me adjuntaba una nota de prensa: Los Selk’nam estaban vivos. Recuerdo exactamente ese momento…mi corazón casi saltó de mi pecho, sentí que me ahogaba. Me tumbó.
Me sucedió lo mismo que al protagonista de la película Sexto sentido, cuando al final de la historia tiene un destello de lucidez y comienza a recorrer su historia con otros ojos, repasando cada cuadro vivido, observando desde este nuevo entendimiento aquello que pensaba era la realidad, y donde finalmente logra ver lo que siempre fue: él estuvo siempre muerto.
En mi caso, en sólo un
instante revisé a la velocidad neuronal todas las publicaciones, seminarios, conversatorios,
disquisiciones y planificaciones en las que había participado por años, para
darme cuenta de que los Selk´nam siempre habían estado allí. Vivos. Y que yo había
estado ciega a este entendimiento y no los había podido ver. Entendí en carne
propia la fuerza de las ciencias, y su poder para moldear realidades, no solo
en las personas de a pie, sino en la élite más educada del mundo. O sea, yo.
Fue muy feo...confieso que me derrumbé un poquito…tuve que respirar, reflexionar, volver a respirar y luego tomar todo el conocimiento que me había comido… y botarlo, para comenzar a balbucear un nuevo entendimiento del mundo. Mi mundo. El mundo de la práctica de la conservación que llevaba tanto tiempo, con tantas ganas y esfuerzo construyendo. Esta ha sido quizá la trayectoria de transformación más grande en la que he participado. La propia.
Mi primer e inmediato paso
fue contactar a Hema’ny Molina, líder del grupo y Presidenta de la CorporaciónSelk’nam Comunidad Covadonga Ona, quien llevaba años intentando reconocimiento
legal de su pueblo.
Fue un encuentro
complejo, mucho nerviosismo de ambos lados. Por mi parte, solo quería que
supiera de mi ceguera. No sólo a su existencia, sino a mi propia forma de
conocer a través de las ciencias, la que en teoría se basa en el
cuestionamiento de todo tipo de verdades. Única forma en que puede constituirse
en motor de transformación.
A partir de ese
momento, iniciamos un camino de re-conocimiento, encuentro, apoyo y trabajo
conjunto. Visionamos un objetivo común, el de restaurar la biodiversidad y la
cultura Selk’nam en Tierra del Fuego. Una vez más el Parque Karukinka serviría
de plataforma de encuentro, de espacio de co-creación y sobre todo de
implementación de aprendizajes que llevaran a transformaciones necesarias y profundas.
Solo que en este caso no sería la ley de biodiversidad, no sería el control de
especies exóticas invasoras, la protección de turberas o costas fueguinas, la
creación de un Fondo para la conservación, sino nuestra propia restauración e
integridad como practicantes científicas de la conservación.
Nuestro primer paso fue apoyar el
retorno del Pueblo Selk’nam, luego de 100 años de expulsión, a Tierra del Fuego.
Un viaje que planificamos y ejecutamos en conjunto, sin ayuda de terceros,
porque tanto para la restauración cultural como la ecológica, existen escasos y
casi nulos financiamientos.
La pandemia atrasó en dos años nuestro plan, pero finalmente, en octubre del 2021 logramos llegar al Karoukinká, su territorio ancestral. En lo personal, este viaje ha sido quizá lo más emocionante y transformador que he experienciado en mi vida profesional. Para mi organización también, marcando un antes y un después en nuestro entendimiento, aproximación y ejecución de la conservación efectiva. Para los Selk’nam…bueno, espero que ustedes puedan escucharlos desde su propia boca alguna vez.
A partir de entonces trabajamos en
conjunto, sumando a un monumental proyecto de arte y ciencias, que veníamos
implementando por más de una década con Camila Marambio, creadora del ProgramaENSAYO.
En íntima colaboración hemos
desarrollado sendos proyectos de rescate de la lengua, de co-construcción del
plan de manejo del Parque, de fortalecimiento de capacidades, de apoyo a la
re-conexión de la comunidad con la tierra ancestral.
Hemos focalizado parte de nuestro esfuerzo común en las turberas, ancestros del Pueblo Selk’nam. Hemos reunido esfuerzos para promover su conocimiento y valoración, abriendo avenidas creativas y desafiantes, incluyendo la realización de obras de teatro, exhibiciones, o levantar la Iniciativa de Turberas patagónicas. Una red de custodios locales de turberas australes de valor global.
Una de las apuestas más
desafiantes es el Acuerdo de Venecia, el que además de una visión, es una
metodología innovadora que conecta, alinea y potencia encuentro global -al
mismo tiempo que local-, de científicas, artistas, indígenas, gestoras de
conservación de turberas provenientes de todo el mundo.
El Acuerdo de Venecia es un llamado ecológico y poético a conservar las turberas de valor global, localmente. Nos permite ver el Mapa del Mundo de otra forma, reconociendo y valorando acciones concretas que personas comunes y corrientes ejecutan día a día en los territorios en favor de conservación de las turberas del Mundo, incluyendo las que se realizan acá en Patagonia desde Chiloé, a Karukinka, en Tierra del Fuego Chile y Argentina.
Un punto alto fue la instalación de la Exhibición Turba Tol Hol Hol Tol, liderada por Camila Marambio, que fue seleccionada por un jurado internacional para representar a Chile en la versión 59 de la Bienal de Arte de Venecia. “Corazón de turbera” en el idioma Selk’nam fue una excepcional colaboración artístico, científica, y el Pueblo Selk’nam, que se transformó en más que una obra, sino un dispositivo eco-artístico -casi una nave interestelar- que puso en el centro la relación ancestral e indisoluble del pueblo con estos ecosistemas, y su valor para curar las heridas del pasado, y evitar laceraciones futuras.
Desde entonces nos hemos venido descubriendo, apoyando, apañando en este urgente y peliagudo camino de la conservación. Y hemos dotado de coherencia, contenido real y ético a las declaratorias que se levantan por doquier. Construido una trenza con estas tramas esenciales e inalienables para la vida.
Instalada en esta complejidad real que es propia de los sistemas vivos, y teniendo consciencia de ella, he venido fusionando la ciencia con la gestión efectiva de su conservación, promovido la conexión de la política pública con el cuidado del patrimonio natural, abriendo espacios personales e institucionales para la restauración ecológica y cultural fueguina.
Una práctica que parece alejada de los modelos más tradicionales de ciencias, asépticos, que nacen de una deseable iluminación teórica, desde la cual se construyen, analizan y refinan marcos conceptuales, mientras se esfuerzan en generar modelos abstractos, capaces de predecir el devenir de todo. Con foco en describir y entender fenómenos, más que intervenirlos, y desplegando toda una batería de herramientas intelectuales, hoy por hoy indistinguibles de las tecnológicas.
En el trabajo de años de
WCS en torno al cuidado de turberas, con el magnífico despliegue del trabajo de
mis colegas, en conjunto con Hema’ny y Camila, hemos trenzado un ecosistema
prismático, unido perspectivas de arte, cultura indígena y ciencias de la
conservación, y creado un tejido que es a la vez personal, político y
territorial.
Las turberas se han
convertido en el centro ecológico y simbólico de nuestro trabajo conjunto,
activando prácticas transdisciplinarias. Pero por sobre todo hemos trabajado una
ética relacional que sitúa y reconoce la vida y la biodiversidad como un
espacio común, la reciprocidad como base de nuestra tarea territorial, la
combinación de conocimientos científicos, ancestrales, afectivos y artísticos
como vía para la transformación socio-ecológica.
Veo el futuro de las ciencias no como
una extensión de lo que hacemos hoy día. Sino como un abanico de rutas transformadoras,
fascinantes e infinitas, donde exista espacio para cada una de nosotras en
diversidad.
Veo a Pancho entrando y promoviendo esos caminos. Pues actuó hasta el final de sus días como si fuera posible la transformación radical del mundo. Lo veo en la conversación de las ciencias, de la sociedad, buscando y promoviendo sincronías, pues el pulso de la vida finalmente es uno solo, grueso y complejo. Activando una ética que genera y canaliza conocimientos, entendimientos y voluntades para mirar, encontrar, valorar y cuidar lo común que es la vida, y que sólo en la diferencia es capaz de activar y desplegar su mayor potencial.
Les agradezco la invitación, la atención y les invito a conversar y conversar mucho, única forma de continuar trenzando nuestros mejores mundos.
*Conferencia Dr. Francisco Bozinovic, LXVIII Anual Sociedad de Biología de Chile, Valparaíso, 2025















